REFORMISMO, NEOMARXISMO
Y PENSAMIENTO ANCESTRAL
Por Jorge Oviedo Rueda
24 de Octubre 2015
Desde su surgimiento, en la mitad del siglo XIX, nada ha sido tan
combatida como la ideología marxista, entendida como un conjunto sistemático de
ideas que explican los fenómenos de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento
(el ser humano). A pesar del embate furioso de las fuerzas ideológicas
opuestas, el marxismo se mantiene en pie, lo que no quita que muchos de sus
aspectos se hayan desactualizado en virtud de la evolución lógica de la
sociedad, pero las columnas que sostienen el edificio permanecen de pie,
imposible de ser derrumbadas por una oposición científico-política incapaz de
crear para superarla. Todas son variaciones de un mismo pensamiento, el de la
burguesía, que sigue fungiendo como ideología dominante.
En lo económico, ni los enemigos del marxismo pueden negar la vigencia
de la ley de la acumulación y ampliación del capital, sin la cual, cualquier
interpretación de la realidad actual, carece de seriedad científica[i]. La ley del valor, implícita en la de la
acumulación, es la única que explica cual es el origen de la desigualdad
social. Actuar en contra de ellas o, cerrar los ojos a sus efectos, se
convierte en un acto político consiente que va en contra de los intereses de la
humanidad. La acumulación sin control sólo puede devenir en catástrofe y
quizás, a estas alturas, haya comenzado a ser demasiado tarde.
En lo político, la lucha de clases sólo ha variado el escenario local
por el de la “aldea global”, en el cual se tensan ahora las fuerzas del capital
y el trabajo, ya no como la lucha entre obreros y burgueses, sino entre una
humanidad al borde de la muerte y el poder mundial de un reducido grupo de
capitalistas. La propia naturaleza del capital va preparando el escenario de su
destrucción. La “democracia occidental” terminará convirtiéndose en el agente
destructor y, a la vez, la tumba del sistema.
Los marxistas del siglo XXI no estamos preocupados por estas verdades
evidentes que fueron incorporadas a la cultura humana desde el siglo XIX -así
como las leyes de la física mecánica fueron incorporadas al acerbo científico
de la humanidad desde finales del siglo XVII-, la principal preocupación para
nosotros gira en torno a rescatar el instrumento de análisis más valioso que
heredamos del Marx verdadero, me refiero al método materialista dialéctico
raigalmente alejado del hegelianismo y que se constituye, no en una doctrina,
sino en un método de investigación y una guía de acción, no sólo científica
sino, y sobre todo, política[ii].
Todas las corrientes de pensamiento contrarias a Marx han ignorado este
aspecto del marxismo, lo han ocultado o, simplemente, lo han negado, con lo
cual han convertido al marxismo revolucionario en un constructo teórico
inofensivo, despojado de su inmenso poder revolucionario. Igualmente las
corrientes revisionistas que han actuado desde adentro, han tratado de corroer
el marxismo. Veamos.
LA SOCIALDEMOCRACIA
En el siglo XIX el marxismo como ideología se desarrolla en medio de una
lucha frontal contra sus enemigos de clase, pero también en contra de aquellos
sectores que se decían socialistas. Las corrientes positivistas atacan de
frente al marxismo, pero las posturas seudo socialistas tratan de minarlo
revisando sus más importantes postulados.
Después de haber saldado cuentas con el “hegelianismo de izquierda”,
Marx y Engels tuvieron que luchar contra el proudhonismo, para luego afrontar
la lucha contra el anarquismo de Bakunin que culminó con su expulsión de la
Segunda Internacional; luego tuvieron que lidiar con filosofías seudo
científicas como la de Dürihng. En la década de los años ochenta del siglo XIX
el marxismo había llegado a ser el pensamiento dominante del movimiento obrero
europeo[iii]. Se iba constituyendo en una fuerza
incontrolable para el capital y, por lo tanto, en su mayor enemigo. Después de
la Comuna de París, en 1871, para el capital era imprescindible encontrar un
dique que contuviera la fuerza del proletariado europeo. Del seno del propio
marxismo surgió el remedio en la figura y las tesis del revisionista Eduardo
Bernstein[iv].
El revisionismo de Bernstein no surge por generación espontánea. Después
de la Comuna de París el eje de la lucha proletaria se trasladó a Alemania y
para 1896 la socialdemocracia alemana ya se había unificado sin tomar en cuenta
las tesis insurreccionales planteadas por Marx y Engels en El Manifiesto
Comunista y priorizando la visión legalista de la lucha parlamentaria
y electoral. El nervio político central de la socialdemocracia alemana fue
considerar que se podía hacer la revolución si se tenía mayoría en las urnas.
Si así sucedía se tendría mayoría en el parlamento y se podría decretar la
abolición del capitalismo e iniciar la construcción del socialismo.
El revisionismo de Bernstein partía de considerar erróneas algunas de
las tesis de Marx, sobre todo en lo relacionado a su pronóstico de que el
capitalismo estaba a punto de derrumbarse. Bernstein creía que eso no era
posible porque la sociedad estaba evolucionando y, de manera inevitable, la
sociedad capitalista terminaría convirtiéndose en socialista. La ideología de
la clase obrera estaba para garantizar ese fin.
Las ideas de Bernstein recibieron la réplica de Kautski, primero y,
luego, de Rosa Luxemburgo[v], en una polémica que no se ha zanjado
hasta hoy. El revisionismo socialdemócrata de ayer se encarna ahora en el
reformismo latinoamericano que ha lanzado la escalofriante tesis de que, para
hacer la revolución socialista, primero es necesario fortalecer el capitalismo.
La postura teórica de Rosa Luxemburgo fue suficiente, entonces, para rebatir a
Bernstein y, sigue siéndolo, para desenmascarar el reformismo contemporáneo.
La revolución bolchevique de octubre fue la deriva práctica de las tesis
revolucionarias de Marx que se enriquecen con el pensamiento de Lenin,
desgraciadamente el peso del reformismo alemán dividió al movimiento proletario
internacional y permitió la represión brutal del mismo. Ya en el seno de la
revolución rusa comenzaba a despuntar la polémica de si era posible el
socialismo en un solo país o tenía que internacionalizarse. El reciente capital
monopólico de comienzos del siglo XX mandó al matadero a millones de obreros
europeos y aprovechó para reprimir la lucha proletaria internacional. Lenin
tuvo que encapsular la revolución de Octubre para impedir que muriera en la
cuna y León Trotski se fue convirtiendo en el profeta de un internacionalismo
proletario que no acababa de llegar.
Así, pues, el reformismo socialdemócrata de Bernstein tuvo su epílogo en
la masacre brutal de la Primera Guerra mundial. La tesis reformista de la
evolución inevitable del capitalismo hacia el socialismo se demostró falsa por
los cuatro costados. Quedaban en pie las tesis revolucionarias tal como Marx
las había planteado en El Manifiesto Comunista[vi] y como Lenin las había demostrado en
la práctica: la toma del poder, cuando se agotan los recursos “democráticos”,
sólo es posible por medio de la violencia revolucionaria.
En 1929 el capitalismo monopólico sufrió la primera crisis de
sobreproducción de su historia. Todo el sistema se convulsionó con estertores
de muerte. Las potencias europeas y los Estados Unidos alimentaron el capital
alemán que encontró en Hitler a su brazo ejecutor. El cálculo era destruir la
Unión Soviética por su intermedio. La realidad demuestra que la Unión Soviética
tuvo que sacrificar más de veinte millones de sus hijos para evitar que la
demencia del Fuhrer se los tragara a todos. El innecesario holocausto de
Hiroshima y Nagasaki inauguró la era de la guerra fría y, en medio de ella, el
escenario de la lucha revolucionaria contra el capitalismo se trasladó al sur.
Primero China, Vietnam y Corea, luego Cuba en América Latina, llenaban de
esperanza a la humanidad irredenta.
En la Unión Soviética reinaba el pensamiento único del partido y su
líder, habiéndose llegado al extremo de cosificar la ideología marxista y
convertirla en razón de Estado, con lo cual Stalin y el partido pretendieron
meter la realidad en un molde inventado por ellos, ignorando el método
materialista. Menos de un siglo duró el formidable salto histórico que se
inició con Lenin. El estalinismo desfiguró el marxismo y oculto las ideas
verdaderas de Marx tras los moldes inventados por su dogmatismo. De todas las
corrientes que surgieron con la intención de “rescatar” a Marx, merece atención
especial la del Neomarxismo de posguerra, sobre todo por la interpretación que
en él se hace de los problemas del llamado “tercer mundo”. Veamos
EL NEOMARXISMO
Monthly Review fue el órgano periodístico de difusión del neo marxismo
en el Continente Americano. Marcuse, Paul Baran y Sweezi sus principales
animadores. Junto a la llamada escuela de Frankfurt en Europa (Pollock,
Horkheimer, Adorno), se propusieron, no sólo rescatar el marxismo del
dogmatismo estalinista, sino enriquecerlo considerando los problemas del
llamado “tercer mundo” o mundo subdesarrollado.
No es en el diagnóstico donde están las limitaciones del neo marxismo,
puesto que en ese aspecto logran hacer una acertada exposición de los problemas
del subdesarrollo y demuestran, creativamente, la imposibilidad de que el
“tercer mundo” llegue a desprenderse de la cadena mundial de explotación
imperialista, considerando, sobre todo, los límites de los mercados nacionales,
la baja productividad de esos países y la competencia desigual del capitalismo
central que obliga a la periferia a vender materias primas baratas y comprar
productos industrializados caros.
Para los neo marxistas (sobre todo para el egipcio Samir Amin)[vii], la única solución es propiciar una
alianza de las burguesías nacionales con el imperialismo, supeditando, en esa
alianza, a los trabajadores a la burguesía nacional, mientras se alcance
fortalecer el sistema tanto económico (por medio de la transferencia de tecnología
que de otra forma sería imposible), como político, suponiendo que la clase
política desarrollará la claridad ideológica suficiente para tomar distancia de
los explotadores internacionales y luchar por la liberación nacional.
Ninguna de estas propuestas de los neo marxistas se han hecho realidad a
lo largo de estos últimos cincuenta años. El nacionalismo de Nasser en Egipto,
por ejemplo, sólo fortaleció la dominación, igual el populismo latinoamericano.
Hoy las tesis del neo marxismo se encarnan en el “progresismo” latinoamericano,
recurriendo a tesis de Samir Amin, sobre todo.
Amin plantea como alternativa a las limitaciones de los mercados
internos la unión en bloques de los países del tercer mundo, es decir, la
integración económica. Si este proceso llegara a consolidarse se produciría, lo
que él llama, la “desconexión” de los países atrasados del capitalismo central,
con lo cual se alcanzaría autonomía en el desarrollo y, por lo tanto, la
anhelada “liberación nacional” de los países dependientes.
En el fondo, y sólo con variaciones formales y de aplicación en el
tiempo, son las mismas fórmulas teóricas del reformismo decimonónico asumidas
por el “progresismo” latinoamericano bajo la consigna irresponsable de que,
para llegar al socialismo, hay que fortalecer, primero, el régimen capitalista.
NUCANCHIC SOCIALISMO PLANTEA UNA NUEVA SOLUCIÓN
Quinientos años después de la llegada de los europeos al continente del
Abya-Yala los habitantes de estas latitudes todavía tenemos que lidiar con la
visión eurocentrista de que somos pueblos salvajes e inferiores. La polémica
sostenida en el siglo XVI entre el Bartolomé de las Casas y fray Ginés de
Sepúlveda[viii], se mantiene, la única diferencia es que
los herederos de Sepúlveda hoy no pueden actuar tan libremente en razón del
avance de la lucha por los derechos humanos y civiles del ser humano, pero
siguen actuando desde el poder político y económico que han conservado desde
entonces. Ese poder, para sentirse seguro, considera que tiene que “blanquear”
al otro, asimilarlo, convertirlo en igual, en el mejor de los casos; o,
simplemente, mantenerlo segregado y controlado. Ninguna solución económica,
política o social, será válida si se parte de esa concepción.
No han sido válidas las fórmulas de desarrollo planteadas por ese poder
político desde la independencia, en el caso de América Latina. Ni el poder
terrateniente, ni las variaciones del poder liberal, ni el socialismo clásico,
ni el reformismo socialdemócrata, hasta la actualidad, han resuelto los
problemas del desarrollo y, no lo han podido hacer, por ese colonialismo
genético que el poder dominante lleva en la sangre. Ñucanchic Socialismo,
nuestro socialismo, invierte los términos en la comprensión del problema del poder
y plantea soluciones posibles.
Si usamos como método de análisis el materialismo dialéctico heredado de
Marx estaremos en capacidad de comprender la invalorable riqueza de la
“alteridad”, del ”diferente” que, durante más de quinientos años, ha sido invisibilizada
por el poder político dominante. Esa sabiduría, que está recogida en fuentes
como los pocos códices que se salvaron del fuego colonialista, en los
testimonios de los mismos conquistadores, en las ruinas arqueológicas y en la
presencia viva de los pueblos aborígenes sobrevivientes, es la que puede romper
el círculo vicioso de las fórmulas del desarrollo occidental[ix]. Ignorar esta realidad es seguirle
haciendo el juego al colonialismo dominante.
A estas alturas, no basta condenar la barbarie, se impone la tarea de
rescatar la filosofía ancestral de los pueblos andinos, sin caer en la trampa
de pararnos a discutir si tiene o no esa jerarquía. Sí la tiene y, no
reconocerla, significa mantener, desde adentro, las cadenas mentales que nos
consideran inferiores a la filosofía occidental, lo que no quiere decir que no
se reconozca su valía. La “alteridad” debe considerarse en igualdad de
condiciones a cualquier concepción filosófica del mundo, condición intrínseca
para encontrar las soluciones[x].
Pero, ¿podemos cerrar la página de la dominación y comenzar desde cero?
No es posible. Quinientos años de agresión es tiempo suficiente para haber
cimentado un ser social cargado con las ideas dominantes del sistema y haberlo
convertido en su soldado defensor. La irrupción del pensamiento ancestral
andino se convierte, así, en el acto revolucionario más importante de comienzos
del siglo XXI porque, al tener a los pueblos originarios de protagonistas, la
filosofía del “otro” se eleva a un nivel transformador, punto en el cual se
fusiona con lo mejor del pensamiento revolucionario de occidente que es,
precisamente, el marxismo. El “pachamamismo” ciego confunde a los pueblos con
una idílica propuesta de regresar a los tiempos precolombinos y, los otros, con
negarle validez a la “alteridad”.
Ñucanchic Socialismo, nuestro socialismo, sabe que la “alteridad”, a un
nivel filosófico, es la lógica del oprimido, su concepción del mundo, su ética
y su estética, rasgos que, habiendo estado sojuzgados durante cinco siglos,
ahora emergen para servir de base a una nueva sociedad y a una nueva
civilización[xi].
Esa lógica, la de los pueblos originarios, tiene su piedra angular, no
en la armonía del ser con la naturaleza, sino en la noción del equilibrio[xii]. Ese equilibrio, que se perdió en
América con la llegada de los europeos, hay que recuperarlo como condición
intrínseca para volver a la armonía. Se trata de un equilibrio estructural.
Pero no se puede recuperar el equilibrio si antes el poder político no
pasa a manos de una vanguardia político-espiritual que encarne la filosofía de
la “alteridad”. Esa vanguardia es, por primera vez, diferente a las vanguardias
políticas que han existido hasta hoy y la diferencia está en haber llegado a
recuperar la memoria de que estamos hechos de los cuatro elementos, fuego,
tierra, agua y aire y que, si no somos capaces de cuidarlos y preservarlos, no
hay futuro para la humanidad. No es una vanguardia proletaria, como pensaba
Marx, tampoco una élite en el sentido liberal y, mucho menos, una casta
aristocrática, es una vanguardia político-espiritual conformada por todos los
que han abrazado la filosofía de la “alteridad”.
Como ya dijimos en otro documento: “El último acto de la democracia
burguesa será, precisamente, permitir, por ley, la participación de las masas
organizadas en la disputa electoral, representadas por una vanguardia
político-espiritual que, luchando junto a ellas, sintetice sus aspiraciones.
Ñucanchic Socialismo, nuestro socialismo, se está construyendo como esa
vanguardia, no de forma clandestina, sino abierta, prevalido del derecho que la
democracia burguesa le da. Para nuestro socialismo una democracia dinámica
significa la movilización permanente de las masas, antes para alcanzar el poder
y, después, para construir la nueva sociedad.”[xiii] Si el poder establecido impidiera
el triunfo de esta vanguardia, entonces se justificarían otras formas de lucha
para alcanzar el poder, que, siendo insurgentes, serían absolutamente
legítimas.
Ese equilibrio estructural del que hemos hablado se inicia después de la
toma del poder por parte de la vanguardia político-espiritual que representa
los intereses de la humanidad, sólo entonces es posible iniciar el proceso de
construcción de la sociedad del Sumak Kawsay, lo que sólo será posible si se
implanta un nuevo régimen de propiedad.
Las sociedades pre colombinas se construyeron sobre la base de la
propiedad comunitaria de la tierra que, para Ñucanchic Socialismo, significa la
verdadera transformación de la matriz productiva. Somos partidarios de un
socialismo agrario que, en la práctica, significa romper el círculo vicioso del
desarrollo burgués. La “desconexión” de la que nos habla Samir Amin si es
posible, siempre y cuando rompamos la estructura productiva del capital. Marx
entendió “que la humanidad debía volver al régimen de propiedad comunitaria en
un momento superior del desarrollo de las fuerzas productivas, lo que engarza
dialécticamente con los fundamentos civilizatorios de las sociedades del Sumak
Kawsay Revolucionario.”[xiv]
Un régimen de propiedad comunitaria de los medios de producción no
significa el monopolio de la propiedad por parte del Estado, lo que generaría
un nuevo desequilibrio. Ni el emprendimiento individual, ni la mediana y
pequeña propiedad, pueden ser eliminadas por decreto, porque desde el
advenimiento de las sociedades clasistas se han arraigado profundamente en la
conciencia humana; pero si pueden coexistir con las formas de propiedad
comunitaria, todas las cuales pueden, perfectamente, ser controladas por el
Estado hasta el fin del nuevo siclo, después de lo cual, en un nivel superior
(un nuevo Pachacutik), se volverá a reajustar esa estructura, en un proceso
cíclico infinito.
Como se puede ver, este es el análisis y planteamiento de Ñucanchic
Socialismo, nuestro socialismo, que nada tiene que ver con la fraseología
barata de los “demócratas” defensores del sistema que creen que el mérito está
en escupir el rostro del mandatario de turno para aconsejarle cómo debe proceder,
en un cacofónico discurso que ha terminado convirtiéndose en tribuna del ego y
la vanidad; peor con la izquierda ortodoxa, incapaz de salirse de los moldes
estalinistas, menos con la izquierda “arrepentida” que, habiendo sido durante
décadas una izquierda reformista ahora se autocalifica de revolucionaria y,
mucho menos, con la “izquierda” correista, embustera y mentirosa que sigue
usando el poder para mantener la dominación burguesa y colonialista.
Ñucanchi Socialismo, nuestro socialismo, el de Nuestra América, el de la
“alteridad”, el de la filosofía de nuestros ancestros fusionado con lo mejor
del pensamiento revolucionario de occidente, invita a todos los ecuatorianos al
gran “temazcal” de la Patria en el cual iremos forjando la vanguardia político-espiritual
que, desde el pueblo, construirá un nuevo Ecuador y aportará con su ejemplo
para salvar a la Humanidad.
NOTAS:
[i] Hedz, Sebastian
y Deytha, Alan: El capitalismo y la economía científica,
versión electrónica, cap. I.
[ii] Weil, Simone: Reflexiones
sobre las causas de la libertad y de la opresión social, Ediciones
Godot, Buenos Aires, 2014.
[iv]: Eduard, Bernstein:
Socialismo evolucionista, Introducción de Rafael Argullol, Edit. Fontamara,
s/f.
[vii] Amin, Samir. Geopolítica
del imperialismo contemporáneo, en libro: Nueva
Hegemonía Mundial. Alternativas de cambio y movimientos sociales. Atilio
A. Boron (compilador). CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales,
Buenos Aires, Argentina. 2004, p. 208.
[viii] Ginés de
Sepúlveda sostenía que los nativos americanos no tenían alma, motivo por el
cual no eran propiamente humanos.
[ix] Oviedo Rueda,
Jorge: Véase:http://nucanchisocialismo.com/2013/06/04/el-sumaw-kawsay-revolucionario-skr-base-conceptual-de-una-nueva-civilizacion/
[xi] Véase Roig,
Arturo Andrés: Caminos de la filosofía latinoamericana,
Universidad de Zulia, Venezuela, 2001.
[xii] Véase: Oviedo
Rueda, Jorge: Del Estado, la izquierda y la revolución en el Ecuador,
Letramía Editorial, Quito, 2015, pg. 90 y ss.
[xiii] Oviedo Rueda,
Jorge: Véase:http://nucanchisocialismo.com/2015/09/05/la-democracia-autoritaria-del-correismo-vs-la-democracia-dinamica-del-movimiento-popular-2/
[xiv] Oviedo Rueda,
Jorge: Del Estado, la izquierda y la revolución en el Ecuador,
Letramía Editorial, Quito, 2015, pg. 94.
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