SOBRE EL AGOTAMIENTO DEL PROGRESISMO: EL
CASO DE ECUADOR
Por Pablo Ospina Peralta, Mónica Mancero, Cristina Burneo Salazar, Juan
Cuvi
17-10-2015
Decía Séneca que la
sabiduría es la única posesión que no disminuye sino que crece cuanto más se la
usa. La demagogia opera precisamente a la inversa: se deteriora mientras más se
la usa. La respuesta de Guillaume Long a un artículo de
Immanuel Wallerstein recientemente publicado ilustra el deterioro. De izquierda
va quedando únicamente la publicidad. Más que un viraje a la derecha del
régimen, como señala Wallerstein, asistimos a un destape.
En su artículo , Wallerstein argumenta:
“Los entusiasmos colectivos iniciales pronto empezaron a desaparecer en
múltiples frentes. Las clases medias no sólo se veían perturbadas por la
rampante corrupción de los gobiernos de izquierda, sino también por las maneras
cada vez más severas en que estos gobiernos trataban a las fuerzas de
oposición” .
Entre 2009 y 2013 se han abierto
entre 300 y 400 juicios por delitos contra la seguridad del Estado. La mayoría
son juicios por rebelión, sabotaje, terrorismo y una combinación de los tres.
En un país como Ecuador, semejante criminalización sistemática de luchadores
populares carece de precedentes. Luego del paro nacional y el levantamiento del
13 de agosto de 2015, cerca de doscientas personas fueron apresadas, casi todas
ellas indígenas. Con las izquierdas, los sindicatos, los ecologistas y el
movimiento indígena la política gubernamental no tiene ambigüedad alguna:
destruir su capacidad de movilización. El gobierno ni siquiera ha sido capaz de
crear la suya propia, por no hablar de una organización política digna del
nombre. La débil tradición de organización social ecuatoriana no ha cambiado;
al contrario, ha empeorado porque el gobierno hace lo posible por destruir lo
que había en zonas indígenas y rurales ¿Qué herencia de organización social y
fuerza popular quedará cuando Alianza País deje el gobierno? Su legado en este
campo no califica como progresista, todo lo contrario, seguiremos constatando
retrocesos sociales por largo tiempo, y vienen de las decisiones tomadas durante
estos nueve años.
Despejemos cualquier
malentendido. Guillaume Long dice, como Alvaro García Linera, que la oposición
de izquierdas se queja de que los gobiernos progresistas no han construido el
socialismo en cinco minutos. En palabras del máximo líder, somos ultra
izquierdistas, minorías, tirapiedras, malcriadas, infantiles. Pero nuestro
reclamo es más modesto. ¿Es razonable, desde una postura progresista, no
digamos de izquierda, deslegitimar la oposición a la adhesión ecuatoriana al
Tratado de Libre Comercio con Europa que el gobierno firmó en 2014 y que espera
la ratificación parlamentaria en 2015 como el reclamo de una izquierda
troglodita y arcaica? El presidente Correa acaba de anunciar que la venta de
gasolina a través de la empresa pública es nada más y nada menos que una
“competencia desleal” para las comercializadoras privadas como la Shell o la
Mobil. No criticamos la falta de socialismo, sino el regreso de los argumentos
y políticas del capitalismo salvaje bajo la justificación insostenible de que
son políticas de izquierda orientadas a la inversión social.
El reclamo por la supresión del
libre ingreso a las universidades públicas con un examen masivo y estandarizado
que todos sabemos que excluye a pobres, indígenas y negros, tal como ocurre en
todas partes del mundo donde se aplica, ¿califica como desvarío
ultraizquierdista de tirapiedras profesionales? Asimismo, la prohibición
presidencial del debate sobre la despenalización del aborto dejará afuera a
miles de niñas y jóvenes, muchas de ellas víctimas de violencia sexual,
sacrificando muchas veces sus proyectos de vida o su educación. ¿Es de
“radicales” defender la erradicación de estas violencias? Estas parecen más
bien mínimas demandas democráticas de liberales progresistas en cualquier país
que quiera reducir las desigualdades.
Ante la crisis, el gobierno
ecuatoriano anunció las entregas de las carreteras a inversionistas privados.
¿Dónde está la política de derechas? ¿en denunciar la privatización o en
defenderla cambiándole el nombre por “alianzas público–privadas”? Ni hablar del
proyecto de la ley de alianzas público - privadas que ofrece exoneraciones
tributarias insólitas incluso en tiempos neoliberales.
Ahora resulta que las nuevas
negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y con Goldman Sachs, en
otros tiempos denunciados por sus mismos defensores de hoy, son ejemplo de
conversión cristiana e instituciones aliadas para apoyar el cambio radical de
la matriz productiva. ¿Es prueba de radicalismo infantil dudar del compromiso
ambiental y laboral de las empresas chinas en sus operaciones mineras y en la
construcción de represas hidroeléctricas? ¿Se transfiguraron acaso en líderes
en la defensa del agua, el trabajo digno, la vida y la Pachamama?
¿Es prueba de rechazo a la
modernización y de pastoralismo vulgar e irracional, que exotiza la pobreza,
oponerse porque en las ciudades del milenio, creadas para reducir la
resistencia a la explotación minera o petrolera, en plena Amazonía, pobladas de
indígenas quichua–napo, se incluya un reglamento de vida urbana donde se
prohíben las costumbres bárbaras de criar pollos, vacas y cerdos o mantener
cultivos cerca de las casas, ahumar pescado o carne y cocinar chicha de yuca?
Es difícil imaginar un modelo de modernización más reaccionario, que desprecia
el saber local, el modo de vida y las técnicas constructivas locales. ¿A esto
llama Guillaume Long “no caer víctimas de la vieja infantilización occidental
neocolonial del ‘buen salvaje’ y su rechazo a la modernidad”?
No nos oponemos, faltaría más, a las demandas
de la gente más pobre por educación, salud, seguridad social, trabajo. Long las
llama “muy modernistas”. El problema de la “modernidad” gubernamental es que
consideró necesario y legítimo tirar abajo la educación intercultural bilingüe
por la que habían luchado por décadas las organizaciones indígenas; eliminar
las escuelas comunitarias que podían brindar buena educación de pequeña escala
en tantas zonas rurales que ahora se quedan sin nada. ¿Era necesario encomendar
el plan nacional de salud reproductiva y de educación sexual a una conocida
militante del Opus Dei que rechaza abiertamente lo que ella llama “las
ideologías de género”, nombre con el cual el Vaticano condenó hace veinte años
las luchas de las mujeres? ¿Es eso “moderno”?
Ante estos hechos, todos los
Guillaume Long balbucearán una lista de logros y avances. Podemos reconocer sin
problemas varios de ellos. Infraestructura, hospitales, escuelas, carreteras;
la relativa reducción de la pobreza y de la desigualdad de ingresos. El punto
es que muchas de esas cosas ocurrieron también con gobiernos neoliberales como
en Colombia o Perú. Lo central no es elaborar la lista de ventajas y
desventajas y hacer las sumas y restas para decidir si el gobierno fue bueno o
malo. Lo esencial es el proyecto político, económico y cultural. El correísmo
se ha rendido ante el capital y su ideología modernizadora, y el buen vivir ha
sido vaciado de contenido y usado para la conformidad. Y en eso, el agotamiento
del progresismo ecuatoriano es análogo al agotamiento de la socialdemocracia
europea: llegado un punto, adoptó el programa de sus rivales conservadores. Si
algo vuelve reaccionario al correísmo es precisamente eso; igual que el nuevo
laborismo de Tony Blair, en la cúspide de su claudicación nos grita “there is
no alternative”.
Fuente:
Foto: Galo Paguay/ El Comercio
http://www.elcomercio.com/actualidad/elap-izquierda-encuentro-30s-casa.html
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