LA IMPORTANCIA DE LA CULTURA EN LA
ESTRATEGIA HACIA EL SOCIALISMO
Por Astor Vitali
MOISÉS de Frida Kahlo
El aprendizaje mayor que
podemos extraer de las revoluciones del siglo XX es de orden estratégico y es
el de la importancia de la cultura como factor determinante. Archisabido es que
la revolución no se puede legislar ni decretar. Es decir, no se puede organizar
ni sostener un proceso revolucionario a través de meros enunciados y
normativas. Los problemas de la subjetividad y de la conciencia
constituyen la mayor dificultad en la construcción, continuidad y
profundización de los procesos revolucionarios.
Las experiencias de lucha en
distintos lugares del mundo llevaron a hacerse del poder político a fuerzas de
izquierda y en ocasiones a la conducción de un Estado de transición al
socialismo por la vía de las armas y de las urnas. Sin embargo, vamos a sugerir
que el problema de los revolucionarios y las revolucionarias no reside
centralmente en cómo tomar el poder. Este problema, el de la toma de poder, no
nos ocupa en el presente artículo más que colateralmente por lo que sólo
dejaremos sugerido que la debe planificar cada pueblo según su estrategia y
táctica en función de la historia particular y condiciones objetivas y
subjetivas.
El problema
central de los revolucionarios y las revolucionarias (derivado de las
experiencias del siglo pasado) reside en cómo profundizar la revolución y el
socialismo una vez con el Estado (confrontando con el poder de la clase
antagónica) entre manos (En rigor, la idea central de la cultura como factor
determinante de cambio social no excluye a las corrientes que no buscan el
Estado como herramienta de transformación).
El proceso
de construcción de socialismo más largo que tuvo el siglo pasado atravesó, como
es evidente, ese problema. La acción revolucionaria incluyó (virtud de aquellos
revolucionarios y aquellas revolucionarias) vasta producción teórica y trabajo
de educación del pueblo ruso mayormente analfabeto. Sin embargo, ante la
necesidad de hacer efectivo el socialismo en materia económica en un país
devastado y frente a la guerra imperialista, los soviéticos constituyeron su
política mayormente en base a la coerción y el control. Sin perjuicio de las
iniciativas de educación política.
Obviamente
el uso de la coerción, el control y la represión es necesario en un Estado
socialista del pueblo para defenderse de los ataques de las burguesías y
subclases aliadas (vernáculas y transnacionales). Pero ¿qué sucede, por caso,
cuando un gobierno es obrero y campesino y esa clase trabajadora, que puede
acceder a los medios de producción, defiende la propiedad individual y no
colectiva? Hacemos referencia, a modo de ejemplo, a los debates por el problema
de la tierra en Rusia. ¿Qué sucede cuando se vence al Zar y todos los nuevos
acuerdos sociales están por hacerse, si objetivamente se derriba un régimen
pero no la subjetividad que lo sustentaba? Si el Estado socialista decide un
modelo económico y, para evitar el hambre y el derrumbe económico determina
sostenerlo utilizando la coerción como herramienta allí donde se presenta
resistencia ¿Cuánto resiste un pueblo trabajando a punta de pistola o
entregando parte de su cosecha bajo amenaza? ¿Cuánto tardan en derrumbarse los
muros de esa edificación política, económica y cultural? Aparece aquí el
problema de la cultura, la conciencia y la subjetividad como factor
determinante nuevamente.
El Estado
socialista aspira a la destrucción de las relaciones sociales capitalistas
(“extinción” del Estado proletario en palabras de Lenin. Éste diferencia la
necesidad de “destruir” el Estado burgués y cómo se “extingue” el Estado
proletario). Sin embargo, con este objetivo de destruir las relaciones sociales
capitalistas, el Estado socialista tiene miles de vías y algunas conducen a la
bancarrota (económica, ética y cultural), a reforzar la subjetividad
individualista y capitalista.
Podemos y
debemos utilizar la fuerza contra los enemigos de un Estado socialista, ya que
el imperialismo (en el sentido de la definición leninista) utilizará, como es
obvio, fuerzas visibles y soterradas dentro y fuera de cada país que intente
que el poder pase el pueblo. Sin embargo, ¿debe utilizarse la fuerza contra
sectores del pueblo, parte de las clases subalternas, que ofrecen reacción a la
transformación social?
Propongo
intentar una respuesta con otra pregunta: si el Estado socialista es del pueblo
¿por qué el pueblo reaccionaría negativamente a sus políticas?
Aquí
tenemos otro problema y otro aprendizaje de vital importancia extraído de los procesos
revolucionarios del siglo XX: un Estado que se autodenomine socialista
debe aspirar al mayor grado de participación popular y empoderamiento del
sujeto de su revolución , de lo contrario, no es un Estado del
pueblo , sino un Estado que enuncia el socialismo pero practica y
replica las formas de gobierno burguesas.
¿Dónde
reside la importancia de la cultura respecto de este asunto? Bueno, en casi
todo. ¿Qué cultura forma y hacia qué subjetividad lleva un modelo Estatal donde
el trabajador y la trabajadora (el sujeto revolucionario) no se sienta parte
activa del proceso o tema que una fuerza superior (el Estado que debería ser
suyo) utilice la fuerza contra él porque en algún lugar alguien decidió algo de
lo que no es parte? Si el pueblo no es parte integrante del
Estado socialista, su subjetividad le indica que hay un otro que lo sigue
subyugando y disciplinando, que ahora se llama Estado socialista, pero que lo
excluye igual que el anterior Estado. Tampoco siente –con justicia- que sus
actos tengan responsabilidad en ese “socialismo enunciado”.
Es un
debate complejo. Sin embargo, podemos aplicar esta mirada también al desarrollo
y prácticas de las organizaciones del pueblo. Haciendo un repaso sobre la vida
normal de sindicatos, partidos políticos, bibliotecas, organizaciones
barriales, no resultará costoso observar las dificultades existentes respecto
de la participación popular. Claro que hay muchos motivos por los cuáles
explicar cada una de las experiencias en particular. Sin embargo, una vez más,
los aspectos culturales y subjetivos son determinantes.
En torno de
las organizaciones sociales hemos visto crecimiento y decrecimiento numérico.
Pero éste está estrechamente vinculado a la necesidad de las organizaciones de
dar respuesta frente a crisis de carácter económicas y frente al horror del
hambre y la pobreza espiritual. Sin embargo, ¿esas organizaciones han logrado
objetivos de trasformación en la subjetividad y modificaciones culturales en
relación a la lucha anticapitalista? –No más o menos neoliberal, sino
anticapitalista a secas-. ¿Han comprendido quienes saciaron su hambre la
importancia de la organización contra quiénes sumieron a millones en la miseria
y la naturaleza sustancial del sistema que ayer los llevó a la pobreza extrema,
hoy utiliza su fuerza de trabajo en un marco de precarización y mañana los
volverá a desechar cuando el paradigma económico internacional se transforme?
Las
prácticas culturales de las organizaciones del pueblo son embrión de otra
existencia social posible (frase repetida hasta el cansancio). Las
organizaciones sociales deben intentar denodados esfuerzos en que sus prácticas
sean autocríticas y logren el mayor grado de pensamiento y acción contra
hegemónicas. La democracia real debe reemplazar a la formal. Las decisiones
colectivas y la responsabilidad colectivas.
Decimos
democracia real y afirmamos con esto la necesidad de formación de intelectuales
orgánicos en el sentido más profundo del término: personas capaces de
desarrollar ideas y prácticas de clase en la situación que les toque. Cuadros
políticos integrales con capacidad de acción autónoma en el marco de la
estrategia general. No hablamos aquí, entonces, de referentes de escritorio que
conduzcan a la clase. Tampoco denostamos el trabajo intelectual, tan necesario
como el manual.
Sobre los
partidos políticos también (y tal vez sobre todo) cabe este análisis. ¿Cuántos
cuadros de las organizaciones políticas anticapitalistas están formados para la
conducción política en este momento histórico? ¿Qué aprendizajes plasmados en
construcción teórica para la acción política estamos esbozando? ¿Cuál es la
subjetividad respecto de la responsabilidad del trabajo sostenido, el estudio
continuado de realidad, la acción política responsable hacía las resoluciones
estratégicas?
Si el
Estado se declama socialista (así como las organizaciones que van forjando la
lucha anticapitalista) y sólo tiene carácter representativo, no
detenta poder real para confrontar al capital, ya que no está el pueblo
organizado como sustento, motor y cuerpo orgánico, que es la única defensa de
un proceso revolucionario y posibilidad de que no se estanque por caminos
burocráticos. Y este es un problema de concepción ideológica y de la cultura de
las organizaciones. Sobre estos aspectos volveremos al final del artículo.
REFORMA EDUCATIVA Y VOTO UNIVERSAL de Miguel Alandia
Todo el poder a los soviets
Lamentablemente
la izquierda formal utiliza viejas recetas basadas en consignas que, en su
momento, no fueron esquemas cerrados sino precisamente articulaciones en
función de realidades particulares. La lectura de los clásicos del marxismo
arroja como corolario general que cada proceso revolucionario y cada gran
dirigente hizo sobre la realidad que le tocó actuar una lectura diferente.
Hacer del marxismo un cuerpo único donde “Lenin completa a Engels y Engels a
Marx” (y las conjugaciones que gusten según la corriente que adscriban) sólo
confunde y colabora con una suerte de seguridad pseudo teórica que deviene
comodidad contrarrevolucionaria.
Lenin discute con
Marx y con Engels. En rigor, Lenin saca conclusiones distintas del proceso que
le toca vivir, simplemente por las modificaciones materiales y culturales que
analiza en su momento y contexto.
¿Era la
Rusia zarista casi sin desarrollo de clase obrera el lugar esperado por Marx y
Engels para el despliegue de un Estado socialista o correspondía esta
experiencia a los países industrializados con desarrollo de burguesías? Lo que
diferencia a los clásicos de los textos inútiles y banales es el rico diálogo
de lecturas, de ninguna manera la confección de reglas.
Todo el poder a los Soviets es la consigna establecida por Lenin
para esa Rusia en ese momento del desarrollo de lucha de clases (diferente a la
Europa donde se desarrollo gran parte del pensamiento marxista con el que
dialogó). Lo que subyace como idea de poder en consigna es claro: no se trataba
de que los asientos de las oficinas estatales pasaran de ser ocupadas por
políticos burgueses a políticos socialistas. Se trataba de un Estado cuyo poder
residiera en la organización de los trabajadores y las
trabajadoras (de la ciudad y del campo).
El poder
popular no es una receta. Es una condición necesaria para no
caer aplastada la revolución tras la reacción inmediata que genera en cualquier
parte donde se produzca. También para confrontar con el riesgo de
burocratización latente en cualquier proceso.
Lo que
constituye una receta es proponer la dictadura del proletariado a
secas en cada lugar y en cada momento histórico como si no hubiera
modificaciones en la organización internacional del trabajo, en la composición
social de cada país y en la subjetividad de las clases subalternas (y
estrategias diferentes de las burguesías). La vieja idea de que la realidad se
ajuste a las resoluciones congresales en lugar de hacer trabajo
responsable en torno al análisis de la realidad para ajustar la fuerza
revolucionaria a las necesidades que demanda la etapa de la lucha de clases en
la que actuamos.
¿Cómo se
construye poder popular sin la preparación subjetiva del pueblo para ejercerlo. Cualquier izquierda que llegue por la vía que fuere a ejercer un gobierno,
podría decretar que a partir del día que asume el pueblo adopta el socialismo.
Esto no hará que el pueblo cambie repentinamente, como una prenda, toda una
cultura y subjetividad capitalistas e individualistas el día del decreto. Más
bien es probable que, librado de viejos yugos, diferentes sectores sociales
busquen nuevos privilegios que devengan nuevos yugos.
La batalla
ideológica y cultural adopta vital y necesaria importancia en cualquier proceso
revolucionario. En otras palabas, podremos construir una superestructura
socialista en un año. Pero sin modificaciones culturales profundas, en el
mediano o largo plazo, por más coacción aplicada, la cultura hegemónica de la
vieja clase romperá los muros del nuevo Estado.
El rol de las organizaciones del
pueblo
LA REVOLUCIÓN de Miguel Alandia
Las fuerzas
revolucionarias del mundo sufrimos una derrota histórica devastadora. No sólo
alcanza para adquirir dimensión de la tragedia el hecho de mencionar que nos
vencieron. Para restablecer las nuevas herramientas de lucha es necesario
sincerar cuáles fueron los errores que contribuyeron al fracaso. En otras
palabras, no sólo se cae porque el adversario es más fuerte sino por errores
propios.
Una mirada
transparente del estado de situación incorpora necesariamente la lectura de la
situación subjetiva. Es menester preguntarse ¿qué es de la vida orgánica de la
clase obrera en la situación actual? En otras palabras ¿cuál es el rol de las
organizaciones del pueblo?
Dada la
extensión de este artículo vamos a limitarnos a un breve recorte de la
experiencia Argentina. Todavía hay organizaciones políticas de izquierda que
evocan la crisis de 2001 como un momento de ruptura con el sistema. Si bien es
cierto que se modificó el sistema político dada la actual situación de un polo
de centro (que se atribuye la centro izquierda) y un polo de derecha (que se
atribuye el centro) cuya organización atraviesa los partidos tradicionales en
lugar de turnarse en la gestión de la administración del Estado burgués, no es
cierto que los intereses capitalistas se hayan puesto en riesgo.
Más bien,
por el contrario, los gobiernos que administraron el Estado en los últimos años
allanaron el camino para sostener viejos negocios y crear nuevos.
En el
contexto de la crisis de 2001 se puso a prueba la capacidad de articulación de
la izquierda argentina (toda la izquierda argentina, no sólo la roja) y los
resultados son evidentes. Descontando del análisis el heroísmo y la valentía de
quienes entregaron sus vidas en la convicción de la lucha del pueblo, es
preciso reconocer la total incapacidad de las organizaciones populares de
accionar por una vía no capitalista.
La
reconstrucción de la gobernabilidad vino de la mano del Partido Justicialista
auxiliado del conjunto de organizaciones que asistieron a “salvar la
gobernabilidad” por derecha, es decir, por la vía capitalista.
¿Es que las
organizaciones forjaron una lucha por el socialismo y perdieron la pulseada?
Las organizaciones populares dieron batalla con total entrega en el marco de la
represión desatada por el Estado. Sin embargo, lo hicieron carentes de una
ofensiva política con agenda propia. Esto no es novedoso.
Pero ¿es
que las organizaciones populares tenían en agenda una salida anticapitalista?
Parte del
reconocimiento de la derrota debe contemplar la conciencia de la
victoria del enemigo en la construcción de hegemonía cultural. La
colonización ideológica fue planificada y los efectos son visibles con crudeza
desde hace algunos años.
La derrota
cultural se expresa en la observación de las aspiraciones de
las organizaciones del pueblo. ¿Cuál es el rol de las centrales obreras? ¿Qué
discuten los profesionales de nuestro país? ¿Dónde se forman los principales
cuadros de la clase? ¿Qué discuten los trabajadores y las trabajadoras?
Responder a
estas preguntas animándose a advertir la aridez a la que nos exponen las
respuestas ayuda a comprender la importancia de la cultura en la estrategia
hacia el socialismo.
Sintéticamente
y de manera incompleta, la lucha cultural hace referencia a la masivización de
la conciencia de las clases subalternas, a la clarificación de los métodos que
necesita el pueblo (establecido por aprendizajes históricos), al conocimiento
del devenir histórico de los trabajadores y las trabajadoras, pero sobre todo,
no sólo hace referencia a las ideas o aspectos ideológicos sino
fundamentalmente a las prácticas. La batalla cultural no es sólo la batalla
de ideas sino de ideas y prácticas concretas.
Si las
organizaciones barriales se limitan a administrar la pobreza y no cuestionan la
sustancia del sistema que genera las desigualdades que combate; si las
organizaciones sindicales discuten sólo salario en mesas técnicas (porque ya ni
paritarias) y no cuestionan el sistema que los explota para sumirse como sujeto
político transformador; si los y las profesionales se preocupan por mejorar sus
servicios y no asumen el poder que implica su capital simbólico adquirido por
la posibilidad de acceder a conocimientos gracias al trabajo social; si los y
las artistas hablan con necesaria belleza de otro mundo pero no se asumen así
mismos como trabajadores de la cultura y con ello parte de la clase; si la
dirigencia política de la clase se desvive por responder a coyunturas contra el
pueblo de la mejor forma posible pero no revisa la necesidad de esbozar con
claridad una mirada estratégica para los desafíos de este siglo
asumiendo los aprendizajes del anterior ; si todo esto ocurre así,
difícil es pensar que no repetiremos viejos errores sobre nuevos problemas, y
con ello, que la sangre derramada haya sido en vano.
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