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viernes, 4 de septiembre de 2015

LA GUARIDA DEL BÚHO: ¡Uy, el primer día de clases, qué horror!


¡UY, EL PRIMER DÍA DE CLASES, QUÉ 

HORROR!


Por Hugo Palacios (El Búho)




     ¡Riiiinnnggg! Suena el despertador. Cinco y media, todavía no amanece y ya debes abrir los ojos para ir a tu primer día de clases. El que inventó eso de que hay que madrugar para llegar puntual a la escuela o al colegio debe ser enterrado en el lado más tenebroso de cualquier madrugada. Abres un ojo, a los cinco minutos el otro, a los seis cierras los dos, y así permaneces unos quince minutos jugando a guiñarle el ojo al tumbado. La voz de tu mamá retumba en el cuarto:
     - ¡Ya levántate!
     Tu madre se cree que tienes complejo de Lázaro, como si fuera nomás de levantarse y caminar. Eso requiere de un largo entrenamiento de años de haberse peleado con las cobijas, de insultar al gallo que canta a las cinco am., maldito plumífero, treinta minutos adelantado. Ya una vez de pie, caminas como sonámbulo al baño, que está ocupado por alguno de tus hermanos. Te recuestas en la puerta esperando el turno y aprovechas una cejita de cinco minutos más. Ya en la ducha, a los pocos minutos, el agua caliente se vuelve fría, y maldices a los dioses del calefón por ineptos, y justo en media enjabonada. Gritas como que nadie te escuchara:
     -¡ Pucta, maldita sea la ducha, el destino, dios y el Ministro de Educación!
     Desayunas como dios manda y te vistes como la moda del colegio aconseja. ¡Qué uniforme para feo! ¿A quién será de ir a quejarse? Pantalón café oscuro con buzo café pálido? Nooo. ¡Alguien que les dé una clase de estética a las autoridades! Y para rematar, la inauguración del año lectivo:
     -A ver, descanso, atención, firmes. Media vuelllll. Giro a la derééé. Todos quietos, firmes, guardando distancia y a escuchar los sabios discursos de la rectora, del Vicerrector, del Inspector, del delegado de la zona, del mejor alumno, del médico, del orientador, de la psicóloga y de Don Carlitos. Cuidado con hacerse los desmayados, dos horitas nomás son, y más cuidado con quejarse del sol, 24 grados nomás son. Firrrrrr!!!
     Te peinas como puedes y sales hecho una flecha hacia el asfalto de Quito. Tomas el bus de siempre pero la congestión es terrible. Y el colegio que queda tan abajo. Decides bajarte y correr, correr tan rápido como el jamaiquino Bolt pero uniformado. En medio trote recuerdas la cara de pocos amigos del inspector del colegio:
     - Señor Gálvez, ¿otra vez atrasado? ¿Y ese pantalón de tubo dónde se robó? ¿Con que con aretitos, no? Hecho el diverso, no? ¿Y con cabello largo? Hecho el alternativo, no?
     Y sigues en la carrera como chasqui encorbatado. Ya falta poco.
     Son las 7h05. Si no te apuras te cierran la puerta y te quedas fuera, con todas las sanciones que eso representa. Vamos, el último esfuerzo. Para darte ánimo te imaginas que estás corriendo la maratón de las olimpiadas y la gente te anima porque vas primero. ¡Corre!, te gritan, y tú te lo crees y divisas el colegio y ya rematas. En la puerta el inspector al que tanto temes. ¿Cómo le va señor Gálvez? Te mira de pies a cabeza, sonríe complacido. Así debe ser el infierno te repites, un señor inspector en la entrada de cada paila decidiendo quién entra y quién no, y quien debe llevar representante…
     Lo miras con cara de borrego a medio degollar. Piensas una frase inteligente que te reivindique, pero sólo te sale:
     -Disculpe, me puede dejar entrar, esque, esque, esque…
     El inspector te observa nuevamente con extrañeza y malicia. Enseguida te dispara a quema ropa:
     -Señor Gálvez, usted no puede pasar, porque hoy sólo tiene clases los de básica, a usted le toca mañana.



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