DEL NACIMIENTO DE LA UTOPÍA MODERNA EN LA MITAD DEL MUNDO
(De los
orígenes de la izquierda. I)
Por Tomás Quevedo Ramírez
“La revolución me pedía la vida
para su triunfo. Me moría. Y era tan
suave irse bajo un sol que se hundía
en el alma sonriéndote y sonriendo a
los
que quedaban para gozarla. A los hijos
de los hombres que tanto sufren. Hasta
dar la vida es poco por su alegría”.
Nela Martínez / Carta a Joaquín Gallegos
Lara
El
siglo XX ecuatoriano fue testigo del nacimiento de la utopía de la revolución,
de la mano de la creación de las primeras organizaciones de izquierda y el
advenimiento de un proyecto que proclamaba la justicia para las clases
históricamente excluidas y explotadas.
La
formación social ecuatoriana desde la etapa de la colonia había estructurado un
orden social basado en los privilegios, a los cuales solo una minoría podía
acceder, mientras una gran masa quedaba marginada de cualquier forma de riqueza
que no sea su vida y su fuerza de trabajo. La hacienda serrana y las
plantaciones cacaoteras fueron los espacios para la extracción del valor. El
indio quedo reducido a la servidumbre y el negro a la esclavitud, mientras los
mestizos tenían que solucionar su vida al servicio de criollos o grandes
propietarios.
Esta
división tanto social como racial del trabajo, provocó que hasta mediados del
siglo XX el conjunto de las relaciones serviles se mantuvieran como naturales,
y como parte de las relaciones sociales de producción. Sin embargo, a partir
del año de 1895 algo empezaba a cambiar, tanto en el imaginario de las élites,
como en el de las clases explotadas. Por un lado la oligarquía cacaotera
necesitaba un nuevo marco jurídico que el Estado terrateniente ya no le ofrecía,
y en ciertos plantaciones cacaoteras se habían iniciado procesos de concientización
social acerca del papel del trabajador y de su familia dentro de las mismas.
El
acontecimiento que abrió un nuevo panorama, tanto para las élites como para las
clases populares fue la Revolución Liberal de 1895, la cual estuvo financiada
por las élites del cacao. Eloy Alfaro quien acaudilló este proceso, logró sumar
para su causa las montoneras que se habían formado en las provincias de Manabí
y Esmeraldas, las cuales estaban compuestas por campesinos de extracción
popular y algunos hacendados que habían sido excluidos de la riqueza generada
por el cacao.
En
términos políticos, la Revolución Liberal, permitió una primera modernización
del Estado, al separar de éste a la Iglesia, y al darle a la educación un
sentido laico. Además abrió las puertas para que la burguesía pueda fomentar su
proyecto económico, pactando en ciertos aspectos con la clase terrateniente
serrana. Como señala Alejandro Moreano (1976), con el transcurrir de los años y
las disputas entre liberales radicales, moderados y terratenientes, dio paso a
que el liberalismo machetero sea marginado y en su lugar sea el liberalismo
plutocrático quien asuma las riendas del Estado.
En
este marco, una de las secuelas de la Revolución Liberal fue el ampliar las
condiciones para la conformación de una clase media, la cual al adquirir un
determinado capital cultural, empieza también a exigir su participación dentro
del Estado, a la par la modernización de las ideas y la introducción de nuevas
ideologías tanto socialistas, nacionalistas, indigenistas como anarquistas
fueron sentando las bases para la formación de las primeras organizaciones
obreras con un inicial carácter clasista.
Al
momento que se desarrolló una conciencia política ‘moderna’ dentro de la masa
trabajadora, y al mismo tiempo que se abría un ciclo de crisis económica en el
modelo de acumulación basado en el cacao, se juntaron las causas para uno de
los hechos pioneros en la conformación de la izquierda ecuatoriana; este hecho
es conocido como el bautizo de sangre de la clase obrera ocurrido el 15 de
Noviembre de 1922, fecha en la cual, un número no calculado de trabajadores fue
asesinado por el ejército bajo el mando del presidente José Luis Tamayo. Esta
masacre dejó ver que frente a cualquier rebelión que atente al status quo, el
Estado de las clases propietarias utilizaría la fuerza, y más si este tipo de
rebelión estaba comandada por trabajadoras y trabajadores.
Esta
masacre fue un detonante importante para el despertar de la conciencia, al
contrario de tener consecuencias aleccionadoras, la sangre de trabajadoras y
trabajadores permitió que ciertos sectores de la clase media cuestionen el
manejo del poder en las manos de las élites cacaoteras. La clase media, que
había sido producto de la Revolución Liberal, empezó también a protestar, y
serán los militares junto a los sectores populares y cierta intelectualidad
radicalizada, quienes encabecen una nueva revuelta denominada como: La
Revolución Juliana.
La
Juliana, tiene como una de sus causas fundamentales la exclusión de las clases
medias para ascender dentro del Ejército, y a la vez, la forma en la cual se
había venido manejando al Estado, en el cual, no se sabía si mandaban los
banqueros o el gobierno, puesto que las élites económicas, como señala Marx en
el Manifiesto Comunista, habían
convertido al gobierno, en una junta de administración de los bines de la
burguesía.
El
21 de Julio de 1925, una vez destituido el gobierno y formada la Junta Suprema
Militar, encabezada por Luis Telmo Paz y Miño se proclama: “Es la hora de la
prueba suprema, de la liberación política, económica y social de las clases
populares. La juventud, las clases obreras, los elementos dirigentes, todos,
todos, se aprietan férreamente […] contra la criminal locura de quienes
quisieran eternizar el nefasto reinado de la dictadura, de la explotación y del
engaño” (Coral, 1995: 3/Citado por Breilh y Herrera, 2011: 77).
Esta
proclama encierra el sentido de esta revolución, pues el anhelo popular es el
fin del Estado de privilegios de la oligarquía y las posibilidades de una nueva
forma de gobierno que proteja a los sectores populares de la explotación. Una
de las barreras que encontraron aquellos que protagonizaron esta gesta, fue la
fragmentación regional de la dominación política y económica, frente a la cual,
el reto era institucionalizar el Estado y centralizar el manejo de la economía
como una forma de expropiar los privilegios que históricamente habían acumulado
las élites ecuatorianas.
El
programa de la Revolución Juliana es profundamente revolucionario para su
tiempo, ya que dentro del mismo se contemplaba: la centralización de las rentas
y los servicios administrativos, fortalecimiento económico a partir de recortar
gastos innecesarios, establecimiento de un Banco Nacional que emita el papel
moneda, desarrollo de un plan de construcción de obras públicas, modernización
de la educación primaria y superior, leyes para el mejoramiento de la situación
obrera, nueva organización del Ejército para que responda a las necesidades del
país, leyes que dignifiquen a la raza indígena, modificar la Constitución para
responsabilizar al presidente de sus faltas administrativas, imponer un
impuesto del 25% a los capitales que salen del país; algunos de estos
planteamientos iniciales como señala Breilh y Herrera (2011) quedarán plasmados
en la constitución de 1929.
Como
se puede observar, el Programa de la Revolución Juliana es ambicioso e intenta
construir una dimensión política democrática y participativa, además de
centralizar el Estado frente a los intereses regionales que se cernían sobre
él. Sin embargo, las limitaciones de este proceso, se dieron en la medida de la
férrea oposición de las élites, pues no iban a permitir el despojo de sus
privilegios, aunque no les quedo otra alternativa que ceder, lo que no significó
que la Revolución haya cumplido con la totalidad de sus objetivos.
Autores
como Germán Rodas Chaves (2006) y Alexei Páez (2001) señalan que los factores
para la formación de una tendencia de izquierda en el país a inicios del siglo
XX fueron entre otros: la radicalización
de algunos liberales que van transitando hacia el socialismo, la presencia de
un artesanado con ideología anarquista, la masacre del 15 de Noviembre de 1922,
y la Revolución Juliana; a esto habría
que añadir un contexto de profunda crisis económica y de hegemonía por parte de
las élites, y la presencia de núcleos socialistas conformados en algunas
provincias del país, de manera especial por intelectuales, la mayor parte de
estos grupos fue creado en 1919 como: La vanguardia (Loja); La Reforma
(Tulcán); Grupo Lenin (Ibarra); Centro Socialista Doctrinario (Guayaquil) y el
Núcleo Revolucionario de Manabí.
Estos
núcleos habían desarrollado un importante trabajo en lo referido al
acercamiento a las masas trabajadoras, en especial agrícolas por las
condiciones productivas del país, vinculándose a conflictos dentro de las
haciendas serranas o las plantaciones costeñas, además del sector de servicios
públicos (alumbrado, recolección de basura, ferrocarril). En este contexto
señala Hernán Ibarra (2013) aparece el periódico de tendencia socialista “La
Antorcha” fundado por Ricardo Paredes. El conjunto de estos acontecimientos,
abre el sendero para la formación de los primeros partidos políticos de
izquierda, e introduce al Ecuador dentro de la utopía moderna de la revolución.
Bibliografía:
Breilh, Jaime y
Herrera, Fanny (2011) El proceso Juliano:
pensamiento, utopías y militares solidarios, Quito, UASB-E/Corporación
Editora Nacional.
Ibarra, Hernán (2012) El ideario de la izquierda comunista
ecuatoriana (1928-1961) en El
pensamiento de la izquierda comunista, Quito, Ministerio Coordinador de la
Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados.
Moreano, Alejandro
(1976) Capitalismo y lucha de clases en
la primera mitad del siglo XX, Quito, Editorial Universitaria.
Páez, Alexei (2001) Los orígenes de la izquierda ecuatoriana, Quito, FLACSO-E.
Rodas Germán (2011) Ricardo Paredes: el médico que se formó bajo
la huella de la Revolución Juliana, Quito, Corporación Editora Nacional.
----- (2006) Partido
Socialista Casa Adentro: aproximación a sus dos primeras décadas, Quito,
Ediciones La Tierra.
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