Y
ahora se murió el gato… en otra sabatina
Por: Hugo
Palacios (el búho)
Tal
como sucedió con el trágico deceso de mi perro Sandokán, quien se fue al otro
mundo gracias a un descuido de su dueño, que lo dejó con el televisor encendido
mientras se transmitía una sabatina de una tal revolución de una tal ciudadana;
y conforme la venganza que la había prometido al finado can, el felino de la
vecina -odiado hasta el último ladrido por Sandokán- pasó a mejor vida: “la
sabatina será tu tumba”, se la juré. Aproveché que la anciana vecina, fuera ya
de los registros del mundo de los vivos, me encargó su gato, ocasión que
aproveché para engatusarlo. Dejé whiskas en su puerta, y luego las iba regando
formando un camino en forma de laberinto hasta mi casa, hasta mi cuarto, hasta
mi cama, lugar donde mi querido Sandokán expiró su último suspiro guau.
El
gato cayó en mi trampa. Minutos después se quedó plácidamente recostado sobre
las cobijas, encendí la televisión y lo
dejé ahí, escuchando y viendo a aquel señor de la retórica blablablabla de cada
sábado nuestro. Me fui a fumar un tabaco a los años, y luego a leer las
noticias del día, donde se decía que por alguna razón que no entiendo las
pensiones jubilares -gracias al sabatinero- si te he visto ni me acuerdo, o sea
que el gobierno no le debe ni las gracias al IESS, que esa institución tiene
plata de sobra con la que podrían alimentar a los gatos de toda la humanidad,
algo así más o menos.
A
eso de las 13 horas subí a mi cuarto. La escena era digna de algún cuento de
Poe. El gato yacía muerto en la cama, con sus ojos abiertos y en los que se
dibujaba la agonía de un felino que hubiera preferido el peor veneno antes que
la tortura de ser testigo mediático de una sabatina. No quiero imaginarme el
cuadro dantesco de ese pobre animal corriendo como loco por la habitación,
aruñando las paredes, dándose de golpes contra el televisor y suplicando con un
millón de miaus al señor de los blablabla de los sábados que por dios, por la
revolución por Escrivá de Balaguer, que se calle aunque sea una horita, que
animales y humanos se lo agradecerán.
No
es que uno odie a los animales, al contrario, pero si usted desea deshacerse de
uno de ellos por x o y motivo, no tiene más que encender la televisión un
sábado en la mañana y aleluya amén.
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