Mi perrito murió en plena sabatina
Por: Hugo Palacios (el búho)
Perdón por la
franqueza. Pero es verdad. Un sábado cualquiera, descansaba en la cama de plaza
y media, heredada de una abuela que murió de soledad. Eran las 10 am y encendí
la televisión. Miré un rostro conocido, quise cambiar automáticamente de canal,
pero mi perrito Sandokán hizo acto de presencia, se lanzó a la cama y jugó
conmigo por varios minutos. Ni cuenta de que en la pantalla seguía hablando un
señor que bla-bla-bla todos los sábados. Me levanté, dejé a Sandokán en el
cuarto, cerré la puerta y procedí a deleitarme con un exquisito desayuno, el
calentadito de la noche anterior.
Como era sábado,
revisé la refrigeradora. Nada, lo que es nada. Ni un rábano. Si un ratón
entraba ahí moría desnucado. De compras urgente. Demoré dos horas en ir y
volver. Me acordé de Sandokán, fui a verlo entusiasmado porque le había
prometido una libra de carne a cambio de que deje de comerse por partes al gato
de la vecina Juana. El pobre felino ya no sabía dónde esconderse. Mi perro se
la tenía sentenciada. Bueno, ese es otro tema, les comentaba que abrí la puerta
del dormitorio y… ¡horror! Sandokán yacía moribundo en la cama. No sabía qué le
había ocurrido, si siempre había demostrado buena salud. Murió en mis brazos
con los ojos a punto de estallar, y sus orejas, raídas con sus propias garras,
parecían papel mojado. ¿Qué había sucedido?
Me senté a
llorar por varios minutos hasta que… claro, era eso. La televisión seguía
encendida y aquel señor de los sábados seguía bla bla bla bla.
¡¡¡Nooooooooooooo!!! Yo era el asesino involuntario de mi perro.
¡Cómo pude
dejarlo ahí, escuchando tanta blablapipehuesosubiribiri! Cómo fui capaz de
someterlo a tremenda tortura sabatina. ¿Qué nomás habrá escuchado el pobre
perro?, el pobre. Si un humano, bien informado y en pleno uso de sus facultades,
difícilmente aguantaría cinco minutos, imagínense un perro. Dos horas, dos
horas… ¡de terror!
Mi vecina Juana
murió hace dos días. Me suplicó antes de dejar este mundo que, por diosito, me
hiciera cargo de su gatito. Así lo hice. Pero espera mishifus que sea sábado.
No puedo ser infiel con mi perro que te odiaba hasta las últimas consecuencias.
Te dejaré ahí, sobre mi lecho, en plena sabatina. Y hubieras mil veces
preferido que te coma Sandokán.
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