EL DOLOR DE UN PUEBLO
Por Natalia Sierra
18-IV-2016
Escribo no para hacer ningún análisis del
tipo que sea, sobre la tragedia social ocurrida el sábado 16 de Abril del año
2016, sino porque de no hacerlo no podría seguir con la vida cotidiana,
necesaria para darnos apoyo mutuo en este momento de tanto dolor.
Siempre que la naturaleza en su infinita
trascendencia respecto de la vida humana se manifiesta, sea en su sosegada
belleza que hospeda y peor aún en su aterradora agitación, no es posible
sino sentir y vivir la absoluta indigencia humana. Nada se puede
hacer ante la conmoción imprevista de la tierra en la que transitoriamente nos
hospedamos, solo esperar humildemente el desenlace azaroso de sus movimientos.
Ni la arrogancia de la ciencia instrumental, ni la autosuficiencia de la técnica,
ni la insolencia de la política estatal, ni el narcisismo antropocéntrico
pueden avisar, prevenir y menos aún evitar la fuerza telúrica del ecosistema
que habitamos. No hay poder humano que pueda controlar los flujos naturales,
quizá humildemente prepararnos para que nos afecten con menor intensidad.
Cuando ha terminado la agitación telúrica
y de alguna manera pasa el momento del terror, empieza el dolor por sus
efectos en nuestra vida social e individual. Recién allí podemos darnos
cuenta de las dimensiones que su agitación ha causado en nuestras vidas, apenas
en ese momento tenemos mínima consciencia de nuestra fragilidad no solo
como sociedad, sino como especie. Ahí nos encontramos muertos, heridos,
huérfanos, desbastados, desamparados, indigentes que solo cuentan con su
proximidad herida. Es en este momento que con humildad tenemos que
estar-juntos, ser-juntos, pues solo esa cercanía nos puede ayudar a salir poco
a poco de la tragedia.
Estar-juntos supone poner-me de manera
efectiva e incondicional junto al otro y otra que más necesitan, reprimir
el ego-ismo para poder hacer justica a los más afectados y necesitados de la
tragedia natural. Así mismo, es el momento en que estamos obligados éticamente
a reconocer la propiedad colectiva de la riqueza social y entender que
cualquier apropiación privada de ella, en estos momentos de dolor y devastación
social, es mucho más perversa que en tiempos “normales”.
Los pueblos más heridos por el terremoto
del 16 de abril, curiosamente en su mayoría son también parte de los
pueblos históricamente más empobrecidos, es decir despojados de la riqueza
social que por justicia les corresponde. Esta condición social se hace
obscenamente clara en estas tristes circunstancias: construcciones precarias,
infraestructura precaria, servicios públicos deficientes, limitadas
posibilidades de recuperación material de las pérdidas, etc. que ahondan
los efectos del sismo. Es un hecho del todo evidente que las
catástrofes naturales siempre afectan más a los pueblos más empobrecidos, pues
sus ya frágiles condiciones de vida terminan demolidas.
En medio de este dolor, la adhesión
solidaria del pueblo ecuatoriano en general y la de otros pueblos hermanos ha
sido un gran atenuante, pues no nos sentimos tan solos, sabemos que nos tenemos
entre nosotros y nosotras. Sentimos que estamos-juntos que somos-juntas.
Sin embargo, lo que sorprende o
mejor dicho no sorprende es que las empresas que más han lucrado de la
riqueza social de la historia de este país y particularmente de la última
década (Corporación Favorita, Nirsa, El Juri, Hidalgo & Hidalgo, Nobis, La
Fabril, Banco del Pichincha, Banco de Guayaquil, Nobis, Claro, Movistar, HOLCIM
ECUADOR S.A., Cervecería Nacional, LAFARGE Cementos SA., Colgate
Palmolive del Ecuador Sociedad Anónima Industrial y Comercial, PRONACA,
Acería del Ecuador Ca Adelca, Comercial Kywi, Ideal
Alambrec SA, Herdoiza Crespo Construcciones, Nestlé Ecuador,
FARMACIAS Y COMISARIATOS DE MEDICINAS SA FARCOMED, Corporación el
Rosado etc.) no han contribuído con recursos para atenuar el dolor de los
y las afectadas, como su enriquecimiento lo exige. Si son estas empresas y sus
accionistas dueños los que más han ganado en estos años de bonanza
económica del país, lo que la razón histórica y la ética humana demanda
es que sea ellos los principales proveedores para solventar las
necesidades de las víctimas. Peor aún, hoy están ganando más de lo que los y
las ecuatorianos compran para manadar a los hemanos y hermanas afectadas, tendrían
que ser mínimamente éticos.
Tampoco sorprende que los funcionarios de este
gobierno, con su máximo representante RC, no obliguen a estas empresas a asumir
el costo mayor de esta tragedia, ya que ni siquiera fueron capaces de hacer que
asuman el costo de la crisis económica que hoy con el terremoto se profundiza.
Y aún se dicen ser un gobierno que trabaja en función de las demandas de las
mayorías más empobrecidas, es ahora cuando su condición de funcionarios del
capital se hace cínicamente clara y despreciable.
Menos sorprende que los más altos
funcionarios del gobierno, en un acto de vergonzosa caridad, digan que
como gran acto compasivo van a donar el 10% de su sueldo de abril y mayo
para las víctimas, cuando debería al menos entregar el 50% de sus gordos
salarios. Definitivamente no sorprende su poca humanidad, los unos por su
ambición económica y los otros por su ambición política y su miserable interés
salarial de nuevos ricos.
Pese a la inhumanidad e insensibilidad de
los grandes empresarios y de sus funcionarios públicos, los y las
ecuatorianas contamos con nosotras y nosotros, pues hasta el más empobrecido
seguro que ha dado su contribución, pues sabe lo que cuesta mantener la vida en
circunstancias difíciles, por eso no solo que son solidarios, sino partícipes
del mismo destino común.
Caricatura: BONIL
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