Primeros ecos luego de la COP-21 en París
SIN PAZ CON LA TIERRA, NO HABRÁ PAZ SOBRE LA TIERRA
Por Alberto Acosta y Enrique Viale
Resulta evidente que la
Humanidad atraviesa un momento complejo. Como nunca antes en su historia su
existencia está globalmente amenazada. No se trata ya de enfrentar problemas
aislados de sequías o de inundaciones, por ejemplo. Ahora los problemas
socio-ambientales provocados por el ser humano, (des)organizado en la
civilización capitalista, plantean retos globales. Todo indica que estamos
cerca de llegar a un punto sin retorno (o que quizás ya lo estamos superando…).
Frente estas realidades y amenazas se elevan muchas voces de angustia y también
propuestas de acción. A primera vista parecería que hay una coincidencia de que
se tiene que hacer algo. Al menos en el discurso, se acepta la necesidad de
replantear las lógicas de producción y de consumo de la sociedad moderna para
transitar por otros caminos con una relación más armónica con la Naturaleza.
Esa aceptación, sin embargo, no se ha traducido en logros concretos. Hasta
ahora. Recordemos que los esfuerzos desplegados desde la aprobación del
Convenio de Kioto en 1997 no se han cristalizado en resultados concretos. Más
aún, el fracaso de la COP 15, realizada en el año 2009, en Copenhague, sentó un
duro precedente. La desazón y desesperanza coparon el ámbito de acción en
Naciones Unidas. Y desde esa perspectiva, cuando era poco lo que se esperaba,
emerge como un logro el acuerdo global conseguido en la COP 21 en Paris, en
diciembre del 2015. En esa ciudad, sacudida poco antes por un brutal atentado
terrorista, 95 países miembros de la Convención de las Naciones Unidas contra
el Cambio Climático más la Unión Europea, a la que se considera un estado más,
alcanzaron un acuerdo contra el calentamiento global que implica a la práctica
totalidad del planeta. Sin embargo, como una primera gran conclusión podemos
determinar que, si bien lo logrado es significativo comparado con los fracasos
anteriores, resulta muy poco o definitivamente nada con lo que este reto global
demanda.
Para dudar de los aplaudidos
alcances conseguido en Paris, cabría preguntarnos, como lo hace Gerardo Honty,
por qué “muy distintos actores, desde los grandes exportadores de petróleo a
las corporaciones globales, todos ellos, terminaron aplaudiendo el acuerdo
parisino. Si esos actores celebran el convenio, es que sin duda no se están
poniendo límites a la civilización petrolera”. Igual cosa podríamos plantear
desde la aceptación de los países exportadores de petróleo o desde de sus
mayores consumidores, como China y Estados Unidos, que también se hallan en el
coro de aplaudidores. Veamos unos cuantos aspectos relevantes. Este Acuerdo,
mundialmente aplaudido –sobre todo por los grupos de poder político y
económico- presenta muchas falencias y debilidades, a más de marginaciones imperdonables.
Noemí Klein pronto detectó que no aparecen siquiera nombrados conceptos clave
como “combustibles fósiles”, “petróleo” y “carbón” y que la fenomenal deuda
climática del norte hacia el sur brilla por su ausencia. En el Acuerdo se han
suprimido las referencias a los Derechos Humanos y de las poblaciones
indígenas, referencias transladadas al preámbulo. Además, pasará un tiempo para
que este Acuerdo entre en vigor: las distintas partes tienen plazo entre abril
del 2016 y mayo del 2017 para ratificar el Acuerdo, que entraría en vigor en el
año 2020.
Y una primera revisión de
resultados sería en el año 2023. Los debates no abordaron a fondo los puntos
sensibles, en tanto los negociadores se esmeraron en evitar los verdaderos
problemas y menos aún proponer las verdaderas soluciones. Los países poderosos
y las transnacionales consiguieron que ningún documento o decisión afecte sus
intereses y se convierta en un obstáculo en la lógica de acumulación del
capital. No se cuestionó para nada la perversidad del crecimiento ilimitado
cuando ya son evidentes y feroces sus consecuencias socio-ambientales sobre la
Madre Tierra. No hay compromisos vinculantes de reducción de emisiones de gases
de efecto invernadero; entonces estas emisiones continuarán aumentando. Tampoco
se ha reconocido la deuda climática (mejor hablemos de deuda ecológica) que
tienen históricamente los países industrializados con el mundo subdesarrollado;
más aún, las grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Europea, no solo
desconocen esa deuda, sino que hacen todo lo posible para no aceptar sus
responsabilidades pasadas y actuales en la desaparición de glaciares, la subida
del nivel marino y los eventos climáticos extremos. Al no haberse adoptado
medidas drásticas que limiten y hasta reduzcan la oferta de combustibles
fósiles, así como medidas que paren la deforestación, la temperatura continuará
subiendo, contrariamente a lo proclamado en París. A modo de punto relevante,
tengamos presente que el objetivo a largo plazo es que la temperatura del
planeta no sobrepase los 2 grados de aumento a final de siglo (incluso se
aspira a un objetivo más ambicioso de 1,5 grados) Sin embargo, con los
compromisos voluntarios de reducción de emisiones de efecto invernadero, que
han presentado los diferentes países en Paris, la temperatura llegaría a
sobrepasar los 3 grados. Y por cierto, en estas circunstancias, la
concentración de dióxido de carbono en la atmósfera seguirá aumentando. Vistas
así las cosas, no todo el contenido del Acuerdo tiene el mismo grado de
compromisos. Si los países no están obligados a cumplir los compromisos de
reducción de emisiones que han presentado, no habrá sanciones si no cumplen sus
ofrecimientos de reducción de emisión, pues quedarán en eso, en simples
ofrecimientos. Lo que se espera es que esos ofrecimientos se transformen en
compromisos aún más audaces a través de revisiones cada cinco años. El Acuerdo
no fija metas claras en lo que al pico de emisiones se refiere. Y tampoco
establece medidas a adoptar con el fin de descarbonizar la atmósfera.
No hay planteamientos concretos
tendientes a combatir los subsidios que alientan el uso de los combustibles o
para dejar en el subsuelo el 80% de todas las reversas conocidas de dichos
combustibles, como recomienda la ciencia e inclusive la Agencia Internacional
de la Energía, entidad que de ecologista no tiene un pelo. Si como ya anotamos
no se cuestiona “la religión” del crecimiento económico, en ningún punto se
pone en entredicho el sistema del comercio mundial, que esconde e incluso
fomenta una multiplicidad de causas de los graves problemas socio-ambientales
que estamos sufriendo; tanto es así que “el comercio internacional deberá
proseguir sin obstáculos, incluso en un planeta muerto”, al decir de Maxime
Combes. Sectores altamente contaminantes como la aviación civil y el transporte
marítimo, que acumulan cerca del 10 % de las emisiones mundiales quedan exentos
de todo compromiso. Tampoco se afectan para nada las sacrosantas leyes del
mercado financiero internacional que, sobre todo vía especulación, constituye
un motor de aceleración inmisericorde de todos los flujos económicos más allá
de la capacidad de resistencia y de resilencia de la Tierra. Y no hay
compromisos orientados a facilitar la transferencia de tecnologías destinadas a
facilitar la mitigación y la adaptación a los cambios climáticos en beneficio
de los países empobrecidos.
Así las cosas, con este tan
promocionado Acuerdo se abren aún más las puertas para impulsar las que se
conocen como falsas soluciones en el marco de la “economía verde”, que se
sustenta en la continuada e incluso ampliada mercantilización de la Naturaleza.
Así, con el fin de lograr un equilibrio de las emisiones antropogénicas, los
países podrán compensar sus emisiones a través de mecanismos de mercado que
involucren a bosques u océanos; o alentando la geoingeniería, los métodos de
captura y almacenaje de carbono, entre otros. Para financiar todos estos
esfuerzos se establece un fondo de 100.000 millones de dólares anuales a partir
de 2020. Esa cantidad, con seguridad menor a la que han recibido los bancos en
sus crisis recientes y que no constan en el Acuerdo, podría ser ampliada en
2025; además, este fondo carece de previsbilidad y transparencia. Por cierto el
rigor de los compromisos cambia dependiendo de la situación de los países:
desarrollados, emergente y “en vías de desarrollo”: eufemismo con el que se
conoce a los países empobrecidos por el propio sistema capitalista y su
inviable propuesta de desarrollo. Este Acuerdo, en palabras de Silvia Ribeiro,
entonces, “se decanta por las opciones más conservadoras y menos ambiciosas”
que fueron propuestas durante las negociaciones. De lo expuesto, que deberá ser
complementado y profundizado con análisis aún más detenidos y pormenorizados,
es fácil concluir que los problemas socio-ambientales globales luego de la
COP-21 no encontrarán una solución de fondo. Y así continuará la guerra en
contra de la Tierra, causa directa de la ausencia de Paz entre los seres
humanos.
La Paz con la Tierra como
mandato para la Paz sobre la Tierra
Aceptémoslo, los seres humanos
para lograr que la Paz reine en la Tierra debemos empezar por hacer la Paz con
la Tierra. Para conseguir ese vital objetivo, los seres humanos podemos y
debemos convivir armónicamente con la Naturaleza, con sus plantas, con sus
animales, con sus ríos y sus lagunas, con sus mares y sus manglares, con sus montañas
y sus valles, con su aire, con sus suelos y con todos aquellos elementos y
espíritus que hacen la vida posible y digna. Eso demanda un mundo en donde no
sea posible la mercantilización depredadora de la Naturaleza, en la que el ser
humano sea una parte más de ella y no un factor de destrucción. Y en donde,
esto también es fundamental, se asegure la vida digna para todos los seres
humanos. Las guerras y el uso del terror, independientemente de los argumentos
que las invoquen, tanto como las agresiones a la Naturaleza, destruyen las
condiciones de vida digna en el planeta. Para poder celebrar a diario la enorme
riqueza de la vida en todos los rincones de la Tierra, así como su gran
diversidad biológica y cultural, requerimos construir comunidades democráticas
y libres. Y así, conscientes de este mandato, retornemos a Paris. Más allá del
mensaje que se puede obtener de la COP 21, es preciso comprender las consignas
de guerra desplegadas a raíz de los atentados terroristas del 13 de noviembre
pasado, y los redoblados esfuerzos bélicos con que los enfrenta. Las políticas
“defensiva” u “ofensiva” para combatir el terror con más terror, a la muerte
con más muerte, solo conducen a un permanente adiestramiento para el genocidio,
a la normalización de los crímenes de guerra, al crimen selectivo como noticia
favorita en los medios de comunicación masiva. Debemos, por tanto oponernos a
la institucionalización de cualquier forma de violencia en la vida cotidiana. Y
en línea con el pensamiento del Mahatma Gandhi, estamos convencidos que no hay
un camino para la Paz, sino que la Paz es el camino. La mejor manera de
combatir esas fuerzas aterradoras, empeñadas muchas veces en el control de los
combustibles fósiles, como el petróleo en el Oriente Medio, por ejemplo, es recuperando
las miradas y cercanías con la Naturaleza. Es decir la capacidad de fascinarnos
con la diversidad de las formas de vida existentes en la Tierra; lo que exige
el respeto a las diversidades. Y todo esto para sembrar desde lo cotidiano y en
todos los rincones de la Tierra, nuestra Madre Tierra o Pachamama, un
compromiso de convivencia entre los pueblos entre sí, y de éstos con la
Naturaleza. Insistamos, en la tierra no habrá Paz, si no establecemos la Paz
con la Naturaleza. La Naturaleza explotada, contaminada, militarizada, es la
causa profunda de muchas violencias. Y lo son también las enormes y crecientes
brechas entre ricos y pobres en todo el planeta.
Esta realidad provoca miedo e
incertidumbre por el futuro. Desata problemas cada vez más complejos en
términos de los cambios climáticos en marcha, que amenazan la vida de los
humanos en el planeta. Constituye una manifestación de despojo para la mayoría
de habitantes y de acumulación en beneficio de pequeños grupos que han
concentrado el poder en base a los extractivismos y la mercantilización de la
Tierra. Estas son las verdaderas fuerzas destructoras que impiden las
condiciones materiales y existenciales necesarias para la realización de la
vida digna para todos los habitantes del planeta. Por ello tiene hoy más
sentido que nunca, superando el miedo al terror, enarbolar la bandera de la
Paz, y enfrentar las agresiones contra la atmósfera, que provocan el cambio
climático; el agronegocio de los organismo genéticamente modificados (los
transgénicos) y los agrotóxicos; el desbocado extractivismo en los territorios
desde donde se obtiene -con verdaderas amputaciones ecológicas- petróleo, gas o
minerales. Y más aún si sabemos que esas agresiones son sostenidas -siempre-
con el uso de la fuerza, con la criminalización de los defensores de la vida y
en más de una ocasión con operaciones militares.
El Tribunal de los Derechos
de la Naturaleza, respuesta desde la sociedad civil
En las circunstancias
descritas, sobre todo frente a los continuados fracasos de los grupos de poder,
que realmente no tienen interés en encontrar las respuestas adecuadas a los
problemas provocados por el cambio climático -es decir por ellos mismos-, la
sociedad civil propone respuestas y acciones creativas. Es más, la sociedad civil
no espera a que den fruto las acciones de los poderosos. La sociedad civil en
el Sur y en el Norte se ha puesto en marcha. Resiste y propone. Así, ya desde
hace dos años, desde la sociedad civil se construye un espacio para denunciar e
incluso sancionar éticamente los crímenes que se cometen en contra de la Tierra
y de sus hijos e hijas. Este Tribunal Ético Permanente por Derechos de la
Naturaleza, que ha realizado sesiones en Ecuador, Perú, Australia y Estados
Unidos, se reunió también en París en forma paralela a la COP 21. En este
espacio se analizan y juzgan las agresiones contra la Naturaleza, considerando
que ésta es la mayor guerra de agresión y terror es la que se lleva a cabo en
el mundo. Quienes conforman este Tribunal Ético Permanente por los Derechos de
la Naturaleza, en homenaje a todas las víctimas de toda forma de terror,
invitaron a recuperar y a construir los espacios necesarios para propiciar
democráticamente una vida en Paz. El desafío es extraordinario. Detener el
cambio climático y las agresiones a la Naturaleza excede el marco de las
cumbres gubernamentales y requiere del movimiento social global más poderoso de
la historia que conecte las distintas luchas de justicia ambientales,
económicas, feministas, indígenas, urbanas, obreras. Esto implica coordinar
acciones anti-coloniales, anti-racistas, anti-patriarcales y anti-capitalistas,
construyendo alternativas civilizatorias. En eso estamos, hacía allá vamos. En
suma, la lucha por la Naturaleza y la vida digna de los seres humanos, posible
sólo si vivimos en armonía con nuestra Madre Tierra, como expresó el senador
argentino Fernando “Pino” Solanas en Paris, en este Tribunal de los Derechos de
la Naturaleza, sintetiza “la causa de todas las causas”.
Alberto Acosta es Economista ecuatoriano y
Enrique Viale abogado ambientalista argentino.