Anna Seghers, una escritora comunista
Por: Pepé Gutiérrez
27-III-2015
Anna Seghers fue una de las
novelistas alemanas más importantes del pasado siglo, una escritora combativa
estrechamente ligada al mundo obrero y a las ideas socialistas en un tiempo en
el que fue muy difícil mantener la integridad. Se trata por lo tanto de una
autora a reivindicar y recuperar antes de que, como diría ella misma: “No
olvidemos tampoco a aquellos que tan fácilmente se olvidan: los sin nombre”.
Aquí es conocida especialmente por dos obras, La revuelta de los
pescadores de Santa Bárbara y La Séptima cruz con
varias reediciones, algunas de ellas recientes. Aunque sea de manera
silenciosa, sigue siendo publicada.
Durante la primera mitad de los
años treinta hubo una fracción considerable de artistas, escritores e
intelectuales, entre ellos algunas mujeres como la germana Anna Seghers,
seudónimo de Netty Reiling, nacida en Maguncia (19-XI-1900) en el seno de una
familia judía acomodada. A los 19 años se matriculó en la Universidad de
Heidelberg, donde se doctoró con la tesis sobre los judíos y judaísmo en la
obra de Rembrandt. La elección de su seudónimo se debe al pintor y grabador holandés
Hércules Seghers, un contemporáneo de Rembrandt.
En 1925 se casó con el sociólogo
húngaro László Radványi; en 1928 publicó su primer libro, La revuelta
de los pescadores de Santa Bárbara (Aufstand der Fischer von
St. Barbara; Editorial: Cátedra, Madrid, 1988), sobre una revuelta de
pescadores bretones. En él ya trata el tema de la necesidad de cooperar para luchar
contra la opresión y de cómo esa lucha da significado a la vida. Por este libro
ganó el prestigioso premio Kleist. El mismo año Anna ingresa en el Partido
Comunista Alemán (KPD), así como en su filial, la Asociación de Escritores
Proletario-Revolucionarios. Viaja por primera vez a la Unión Soviética en 1930
y su fe se mantiene inquebrantable. Tras la toma del poder por los nazis, fue
detenida por la Gestapo en 1933 y sus libros fueron prohibidos y quemados. Una
vez puesta en libertad, pudo huir a Suiza, de donde se trasladó a París.
En 1934 se hizo en la URSS una
adaptación al cine dirigida por Erwin Piscator. En ese mismo año (1928) ingresó
en el Partido Comunista Alemán (el KPD). También se afilió a la Asociación de
Escritores Revolucionarios. En 1930 viajó a la Unión Soviética para participar
en el Congreso de la Unión Internacional de Escritores Revolucionarios
celebrada en Jarkov (Ucrania). En 1933, tras la toma del poder por los nazis,
fue detenida por la Gestapo, siendo puesta en libertad poco después. Antes de
esto ya había sido amenazada por los nazis, especialmente a raíz de la
publicación de su novela Los Compañeros (Die Gefährten, 1932),
en la que atacaba al fascismo. Sus libros fueron prohibidos en Alemania. Huyó
con su marido a Suiza y de ahí a Francia, como tantos otros intelectuales,
instalándose en París, donde pasaría la primera etapa de su largo exilio.
A diferencia de muchos
compañeros de profesión, la producción literaria de Seghers no disminuyó su
potencial a causa del exilio. Por el contrario, tuvo precisamente en este
tiempo su periodo creativo más destacado, tanto cualitativa como
cuantitativamente. En este sentido es probable que la ayudase el hecho de que
la primera estación de su exilio fuera Francia, país que amaba y cuya lengua
dominaba perfectamente. No obstante desde París hizo frecuentes viajes a otros
lugares. Incluso se trasladó clandestinamente a Austria para documentarse sobre
el levantamiento obrero contra el régimen fascista de Dollfuss, sobre el que
escribirá la novela El camino por febrero (Der Weg durch den
Februar, 1934).
En esta novela describe cómo se
va adquiriendo la conciencia de clase por los trabajadores, adormecida en un
primer momento, y que despierta en la lucha abierta contra los poderes
reaccionarios. Hombres y mujeres normales, gente sencilla, van desarrollando no
sólo una gran fuerza política, sino un enorme potencial de resistencia. Esa fuerza
de los débiles cuando se unen en una causa común sería una constante en su
obra. Desde la perspectiva de la novela se desprende que la responsabilidad de
la derrota fue de la dirección del Partido Socialdemócrata austriaco, que en el
momento decisivo no supo o no se atrevió a ponerse a la cabeza del movimiento.
Desde 1933 hasta 1935, junto a
otros escritores, formó parte de la redacción de la revista mensual de
literatura y crítica Neue Deutsche Blittler (Nuevas Páginas Alemanas),
que se editaba en Praga. Ya en el primer número hacían una declaración contra
los que abogaban por un esteticismo apolítico: "No existe la neutralidad.
Para nadie. Sobre todo no la hay para los escritores. Incluso el que calla toma
parte en la lucha. Quien asustado y confundido por los acontecimientos se
refugie en su exilio interior, quien convierte el arma de la palabra en un
juguete o en mero adorno, quien, aclarado, se resigne, se condena a sí mismo a
la esterilidad social".
En 1937 escribe El
rescate (Die Rettung), donde relata la angustia de siete mineros
atrapados a 700 metros de profundidad tras una explosión de grisú, donde
esperan la llegada de auxilio. El protagonista, el picador Andreas Bentsch,
mantiene la esperanza frente al pánico y la desesperación que les va invadiendo,
hasta que son rescatados. Pero sus problemas continúan después del rescate.
Ante el inminente cierre de la mina, sus compañeros le piden consejo a Bentsch,
pero él no sabe qué hacer, se siente impotente. Tras la detención de un amigo
comunista, finalmente Bentsch adquiere conciencia de clase y pasa a la
clandestinidad de la lucha revolucionaria.
Durante en estos primeros años
de exilio, Anna se dedicó también al estudio de las cuestiones estéticas y de
teoría literaria. En este aspecto, conviene destacar su controversia con Georg
Lukács sobre el realismo. Ambos coinciden en el objetivo (dar a conocer la
realidad para transformarla), pero discrepan sobre el método. Mientras Lukács
hace especial hincapié en el momento racional de la producción artística, Anna
Seghers diseña los elementos de una estética de la experiencia, en cuyo centro
está el concepto de la inmediatez de la representación y el efecto.
El “crack” del 29 había
desacreditado la irracionalidad del libre mercado, la situación de los trabajadores
se hizo más penosa, el rechazo ya existente al desastre social y humanitario
que había significado la “Gran Guerra” se hizo más potente gracias a diversos
testimonios literarios (Remarque, Hemingway, Ford Madox Ford, Barbusse,
etcétera), un ambiente al que se añadió el ascenso del fascismo en Alemania. El
criterio de la traición de los intelectuales (Julián Benda),
se hizo generalizado entre las nuevas generaciones, pero también entre
veteranos como Romaní Rolland o Thomas Mann. Fue en este contexto en el que la
escritora alemana conocida como Anna Seghers, se planteaba: “Aún puedo recordar
aproximadamente unas líneas que nos emocionaron en un tiempo: Los
intelectuales son culpables de muchos dolores. Bastante a menudo, han
traicionado la fortaleza de su fe, manchas de todas clases ensucian su obra
grandiosa.” ¿Qué quería dar a entender Barbusse con estas palabras? Al
entender de Barbusse, de Anna Seghers y de muchos otros, la repuesta estaba en
el partido comunista.
En el caso de ella, en el
partido alemán al que le tocó vivir el mayor revés de la historia, la más
completa negación de lo que había significado la revolución de Octubre: la
victoria de los nazis en 1933, una verdadera contrarrevolución preventiva que
acabaría desviando el curso de la historia hacia el mayor desastre jamás
conocido. Todo sucedió en tan poco tiempo, en un plano histórico tan
descomunal, que el partido de las tres L, Lenin, Luxembourg, Liebknecht, se
encontró de la noche a la mañana con su reverso oscuro. Un reverso que tomó la
forma del idealismo burocrático, de la mitificación del partido-Iglesia
desarmado con la tesis de que el SPD era el enemigo principal, que la victoria
de Hitler sería el prólogo de la revolución. Lo que vino después fue una
pesadilla, sobre todo para los comunistas germanos que se exiliaron a la URSS.
Pero por entonces, el horizonte
de la disidencia aparecía como una opción para la que existía espacio y después
de la hecatombe, las discusiones fueron pocas, una de ellas se desarrolló
mediante un intercambio epistolar mantenido entre el flamante Georg Lukács y
Anna Seghers. El primero manifestó sus reflexiones con ocasión del “Día del
Partido” alemán montando por los militantes exiliados en Bruselas en 1935, las
llamó las “Tesis de Blum” de la política del Frente Popular. En su opinión,
también los escritores de izquierda se habían desligado del pueblo, rechazó el
vanguardismo literario y sus portavoces en las filas comunistas, esto es,
contra el filósofo Ernst Bloch y contra sí mismo, el joven Lukács autor
de Teoría de la novela (1920) e Historia y conciencia
de clase (1923). Al mismo tiempo, reivindicó a más anticuados y
convencionales de la izquierda, al Máximo Gorki instalado, a Romain Rolland, y
Heinrich Mann y otros próximos al Komintern.
Los vanguardistas ofrecían
solamente añicos, astillas de la realidad, impresiones y opiniones subjetivas
que, para la masa de los lectores, ni resultan comprensibles, ni atractivas.
Por el contrario, los realistas presentan la totalidad social, la plenitud de
la vida; a sus obras, los lectores pueden aproximarse por muchísimas puertas,
desde los ángulos y experiencias vitales más diversos y pueden aprender en
ellas no sólo lo que el autor, sino lo que la vida misma dice. “A Joyce y a
otros representantes de la literatura vanguardista (…) le conducen sólo una
estrecha puerta; hay que tener una preparación especial para comprender lo que
allí dentro se desarrolla. Y mientras que en el gran realismo el acceso más
fácil produce también una cosecha humana más rica, las masas del .pueblo no
llegan a aprender nada por la literatura de vanguardia”.
Por su parte, Anna siguió
defendiendo nuevas experiencias fundamentales, el arte de nuestra época. Si la
discusión se daba la forma de John Dos Passos (Manhattan Transfer), para
ella había que reconocer ante todo que había enriquecido la literatura de su
tiempo con un material grandioso: “¿Qué se trataba de jirones de material?
Bueno, pero son jirones como la historia de la pareja de enamorados sin trabajo
a quienes expuIsan de los muelles, son despedidos por la patrona y no
encuentran en todo Nueva York sitio donde descansar. O el entierro,
¿desconocido que va en sí es una poesía”.
Anna resumía así su pensamiento:
“Lo que tú ves como desmenuzamiento me parece mejor concreción; lo que tú
consideras experimentos en la forma, Io veo como un intento poderoso de lograr
un nuevo contenido, como un intento inevitable.”
Ninguna derrota, de las tantas
que contó desde La revuelta…, significaba una conclusión o un
cierre definitivo. Las derrotas nunca son definitivas. La vida no se detiene.
Los problemas rebrotan detrás del reguero de sangre de la represión. Si se
analiza despacio, se observa que junto a la derrota y la resignación brotan
también elementos de esperanza, la posibilidad de superar los peores momentos.
Desde este punto de vista, Anna recreaba la célebre frase de Rosa Luxemburgo de que el camino
victorioso de la clase obrera está siempre salpicado de derrotas. Su
identificación con la causa obrera centró sus temas novelísticos en la
situación de la clase obrera en aquellos años. Su gran capacidad para observar,
de captar la realidad con todos los sentidos se expresa ya desde las primeras
narraciones con un estilo muy sintético, duro, parco, y condensado, que es una
de las características de toda su obra. Así, por más que cada una de sus
novelas y narraciones trate del destino individual, todas tienen en común la
idea de la irrupción de la humanidad en una nueva era, donde la vida, la
experiencia humana y el propio discurrir de la historia alcanzan contornos cada
vez más definidos.
Sus personajes aparecen
agobiados por la vida, pero no son capaces de poner en relación su estado y sus
vivencias con la situación política que los provoca. Anna desentraña la
relación de la vida personal con la lucha política, se pregunta si puede
existir vida privada en un marco de confrontación social, y si la voluntad de
transformación de la vida individual no ha de desembocar en lucha colectiva.
Según sus propias palabras "En esas historias hay muchos personajes
desesperados y que se hunden. Cuando se escribe, hay que hacerlo de tal manera
que detrás de la desesperación surja la posibilidad de algo nuevo, y detrás del
hundimiento, el poder emerger". A lo largo de estos años Anna Seghers
participó en diversos congresos internacionales de escritores, y viajó varias
veces a España durante la Guerra Civil. En Marsella en 1940, Anna es testigo de
cómo se apiñaban republicanos españoles, judíos, desertores, comunistas e
intelectuales venidos de todas partes de Europa, con los nazis pisándoles los
talones. La ciudad era una algarabía de gente que buscaba un medio para salir
rumbo a cualquier parte. Son refugiados saltando de un consulado a otro en
busca de los papeles que les permitan embarcar.
Cuando las tropas alemanas
invaden Francia, nuevamente tiene que huir. Su marido Laszlo fue internado en
el campo de concentración de Le Vernet. Anna escapó con sus hijos a la parte
del sur de Francia no ocupada por los nazis. Finalmente consiguió que su marido
fuera liberado, y la familia pudieran salir de Marsella en marzo de 1941. Tras
una huida accidentada a través de varios países, entre ellos Estados Unidos,
que se negaron a acogerlos, llegaron a México. Anna consiguió integrarse
perfectamente en el idioma y la cultura de este país. Su marido encontró
trabajo de profesor universitario. México ofreció asilo no sólo a muchos
exiliados políticos alemanes, sino que también abrió sus fronteras a numerosos
intelectuales y artistas españoles y latinoamericanos, y les permitió seguir
luchando contra el fascismo. Anna dijo de su estancia mexicana que fue “una
de las etapas más bonitas e importantes de mi vida”. Una evidencia de
los estrechos lazos que existieron entre refugiados de orígenes tan diversos es
la invitación a una comida de bienvenida que ella, recién llegada, recibió de
Pablo Neruda, entonces Cónsul General de Chile en aquel país.
Estos contactos se convirtieron
en amistad. Jorge Amado, el autor brasileño más importante del siglo XX, dijo
que para Pablo Neruda y él mismo, Anna era como una hermana: "Nadie poseyó
en este mundo tanto encanto y fantasía como Anna".
En México formó parte de la
dirección del movimiento Alemania Libre y del Club Heinrich Heine, dedicándose
durante esos siete años de exilio a la actividad política y literaria, y
reflexionando sobre la futura identidad política y cultural de los alemanes.
En 1942 publica La
séptima cruz (Das siebte Kreuz, 1942; RBA, Barcelona, 2007), su novela
más conocida y que le daría fama mundial, especialmente a partir de la notable
adaptación cinematográfica que dirigió Fred Zinnemann en 1944, con Spencer
Tracy de protagonista. Es la historia de la huída de siete presos de un campo
de concentración nazi, de los que sólo se salvará uno. La autora describe la
fuerza y la voluntad inquebrantable del ser humano en un país dominado por el
fascismo. La voluntad y la fuerza para resistir no son patrimonio exclusivo de
los militantes conscientes, sino también de gente apolítica, de gente de la
calle, como un párroco, un médico judío, un aprendiz de jardinero, o una
modista. Todos ellos desarrollan la fuerza de su humanidad para conseguir
escapar. La novela muestra que en la transformación, en el cambio individual,
va implícito el cambio del conjunto, de la totalidad. Este libro fue incluido
por Marcel Reich-Ranicki en su Canon de la literatura alemana.
En junio de 1943 resultó herida
en un accidente de tráfico, lo que le hizo pasar un tiempo en el hospital.
Probablemente fue atropellada, aunque algunos dicen que fue arrojada desde un
coche. Lo cierto es que ella no se refirió nunca a este incidente. En 1944
publicó también en México la novela Tránsito (Transit), otra
de sus obras maestras, considerada por muchos como la novela más importante que
se haya escrito sobre el exilio. En ella se narra la experiencia de los
exiliados que esperaban en Marsella el tránsito hacia América huyendo de los
nazis. Marsella es una ciudad a la que había que acceder sólo para poder irse,
la cadena de trámites burocráticos que mantiene a los que huyen en permanente
estado de alerta, se tensa cada vez que se anuncia la partida de un barco hacia
Martinica, México, Brasil o Estados Unidos. Quien no consiga irse será devuelto
a su origen. El exilio aparece situado en un punto de máxima tensión, en ese
espacio y tiempo en el que la víctima parece suspendida en el vacío con un pie
en cada uno de los extremos del abismo: el lugar de salida y el lugar de
llegada.
En ese año se le otorgó el
premio Georg Büchner. Inicialmente vivió en el sector occidental de Berlín,
pues quería que sus libros se leyeran también en las zonas no rusas. Por fin el
22 de abril de 1947, catorce años después de su partida, Anna Seghers regresó a
Berlín, que en aquella época era, en palabras de Bertolt Brecht, un aquelarre
de brujas. Según uno de sus biógrafos: “La nostalgia hacia su patria,
en especial hacia su lengua materna fueron las causas de su regreso”, así como “la promesa de una Alemania
diferente a la que ella había vivido”.
En realidad, la mayor
parte de los escritores alemanes exiliados regresaron a la zona de
administración soviética: Bertolt Brecht, Ernst Bloch, Willi Bredel, Johannes
R. Becher, Friedrich Wolf, Ludwig Renn, Wieland Herzfelde, Stefan Heym, Arnold
Zweig, Jan Petersen, Stephan Hermlin y Erich Arendt. Años más tarde a la
pregunta de por qué regresó a la zona de administración soviética respondió
Anna Seghers: "Porque aquí puedo alcanzar la resonancia que todo escritor
desea. Porque aquí existe una estrecha relación entre la palabra escrita y la
vida. Porque aquí puedo expresar para qué he vivido”.
Muchos intelectuales que
regresaban del exilio se encontraron de pronto viviendo "atemorizados por
las intrigas, sospechas y vigilancias": la guerra fría había comenzado. En
este tiempo se convirtió en una de las principales y más activas exponentes de
la cultura de la República Democrática Alemana, donde ocupó varios cargos. En
1951 le fue otorgado el Premio Lenin de la Paz.
Su socialismo, que se expresaba
en los primeros cuentos y novelas según modelos a menudo más humanitarios que
claramente marxistas, en las novelas de la posguerra dio lugar a
reconstrucciones históricas y épicas de los acontecimientos de la época en
clave muy “ortodoxa”. Die Toten bleiben jung (1949) muestra
hasta qué punto prevalece el compromiso ideológico y político. A pesar de las
preocupaciones literarias y estéticas, predomina el procedimiento
"educativo" de la representación de los problemas de la sociedad
socialista, en la que, por otro lado, la escritora halla su razón de ser en
tanto que partícipe de su construcción. Y ello de acuerdo con un canon
literario, que Seghers adoptó y expresó como sigue: "Nosotros no
escribimos sólo para describir, sino para cambiar describiendo".
A partir de 1971 la escritora
volvió a introducir en su obra la temática individual, publicando Überfahrt,
una novela fundamentalmente basada en una historia de amor. Siguió Steinzeit/
Wiederbegegnung (1977), que consta de dos cuentos. El primero narra,
en clave intimista, la historia de un ex piloto de aviación que había volado
durante la guerra de Vietnam y que se convierte en un pirata del aire, mientras
que el segundo vuelve a estar dedicado a una historia de amor. Seghers llevó a
cabo además una intensa actividad como ensayista, publicando textos sobre arte,
literatura, el proceso creativo y, más en general y de modo coherente con su
compromiso político, sobre temas de actualidad.
Anna Seghers se movió en un
terreno próximo al del mejor “realismo socialista”, y de ninguna manera se la
puede considerar como una escrita “de partido”. Estaba dotada de un estilo
directo y de una gran diversidad narrativa. Escribió también ensayos recogidos
en Sobre Tolstoi (1962) y Sobre Dostoievski (1962).
Sus poemas fueron recogidos en un volumen en 1974. La suya fue una obra
valorada de forma muy diversa en las dos Alemanias después de la Segunda Guerra
Mundial. Mientras que en la República Democrática le fueron concedidos los
premios literarios más importantes, en la República Federal la condenaron a ser
ignorada y fue presa de la hostilidad dictada por los criterios de la Guerra
Fría, debido a su condición de comunista, un concepto que ella ligaba con el
tiempo en que este concepto se remitía a las tres L: Lenin, Luxemburgo,
Liebknecht. Como personaje de prestigio, se permitió tomar sus distancias con
el sistema burocrático, sin por ello hacer concesiones al mal llamado “mundo
libre”.
Esta filiación ha sido una de
las razones de que Anna Seghers haya sido poco traducida en España. Era todavía
muy poco conocida durante la República, solamente empezó a ser editada en los
años setenta, en las décadas siguientes la literatura “comprometida” no fue lo
que se dice, bien vista.
Christa Wolf, dijo sobre ella “Anna
Seghers: alemana, judía, comunista, escritora, mujer, madre. En cada una de
estas palabras hay que pararse a reflexionar. Tantas identidades
contradictorias, aparentemente excluyentes, tantos ligamentos profundos y
dolorosos…”.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196980