En este cielo que es la tierra, la música
es hembra, y la Pachamama su paridora. Pero no hay nacimiento sin semilla, así
que Pachakamak echó en su espalda el encarguito. Ambos lo hicieron todo
cantando, y ese don lo transmitieron a todo lo que hicieron. Las viejas
estrellas, allá, lejos, cantan. El fuego canta. El viento canta para glorificar
el amarillo simétrico de la flor de la chukirawa, que también canta. El
misterio nos espera cantando.
Como hija leal de Ellos, de Pachamama y
de Pachakamak, Rosa Lanchimba no podría dejar de cantar. Luna tras luna tejió
lecciones y secretos con esa comadre suya, la música impregnada en el Todo.
Hoy, Rosa suma cuarentaicuatro años. A
los dieciséis encontró una guitarra que aprendió a entonar solita, así como
solita crió a su hijo que, por estos tiempos, se inicia en la adolescencia.
Ella confiesa que ser madre soltera no
enturbió sus caminos. Para eso tiene un puñado de tierra, sembríos de papas y
habas, vacas lecheras, manos, pies, coplas cayambeñas, sanjuanitos, wainos.
Es difícil evitar que el sonido terroso
de su nombre retumbe en la cabeza y recuerde al de tantas otras Rosas: Rosas de
la historia, Rosas pensadoras, Rosas visionarias, Rosas rojas. Y ese retumbar
se agiganta. Se agiganta y se transforma. En rabia se transforma. Nuestra Rosa
proviene de una comunidad rural llamada La Libertad, correspondiente al cantón
Cayambe, lugar por donde, ahora mismo, andan humildes Rosas que cosechan,
seleccionan y empacan rosas bajo la presión del pan escaso impuesta por la
voracidad de quienes convirtieron a la tierra en un negocio, en un suplicio, en
una industria para exportar, ni más ni menos, que rosas. Pero ahí no acaba el
cuento.
A pocos kilómetros de allí, se ubica
Pedro Moncayo, otro cantón donde el arrebato de un grupo de “buenos vecinos”
los empujó, en septiembre de 2011, a abandonarse a los embrujos del
“desarrollo” para declarar a su terruño “Capital Mundial de la Rosa”, porque así, debido al “mérito” de más
de ciento sesenta empresas florícolas que asfixian la zona, su fama se
proyectaría por todo el globo, y más allá. El decreto terminó imponiéndose y
desvió aún más al ojo desprevenido de lo que es una realidad comprobada: esa agroindustria,
tal como actúa hoy, envenena cuerpos y territorios, quebranta familias, paga
mal las madrugadas frías y el entumecimiento muscular de mujeres y hombres que
repiten una y diez mil veces las mismas acciones durante ocho, diez y hasta
catorce horas endemoniadas e infinitas.
Pero Rosa no es indiferente al eco
creciente de este retumbar, pues él, tan vibrante, es ella misma. Rosa escucha,
no se conforma, no descansa. Aunque la familia vio como vicio para hombres
aquello de la música, ella viaja con su guitarra donde la soliciten o donde la
lleven. Ya ha girado por Perú, Colombia y todo el Ecuador gracias a los
llamados de su CONAIE y de su ECUARUNARI, gracias a las invitaciones que
proclaman a diario las necesidades del estómago y la mente de su pueblo.
Siempre carga un atado extra con
suficientes discos para la venta. Aún no cuenta con el propio, pero ya anda en
eso de conseguir chauchitas y de reunir fondos entre amistades, centavo a
centavo, para completar, de a poco, lo que será su primer trabajo en estudio.
Rosa aprende, Rosa empieza a comprender que su arte y la tecnología se
encuentran, pero no son fáciles de juntar porque las canciones y los ritmos que
conoce o que se inventa llegaron directo a su oído y a su corazón, nunca por
intermediarios, jamás a través de academias, partituras ni metrónomos. Y eso
pesa a la hora de grabar.
Rosa combina canto y lucha, lucha y
canto. Los dos son importantes, dice. Canta con la guitarra al pecho para
alegrar las marchas políticas a las que convoca su gente. No duda en ponerse al
frente de ellas para compartir cultura, bienaventuranzas, y también repudios
francos a la privatización del agua, a la minería destructora, a la
contaminación de las tierras, a la educación sin kichwa, al comercio de seres
humanos.
Rosa Lanchimba compone un pedazo del alma
de esta gran fiesta que es la lucha de los pueblos contra los corazones ciegos
y el racionalismo sordo de quienes aún no se enteran de que ya estamos en el
cielo, de que hay que honrarlo, y de que una de las llaves esenciales del Vivir Bonito es aliarse sin remedio, con valentía,
a esa hermana que es la música, impregnada en el Todo.
Al calor de La Cumbre De Los Pueblos
realizada en Quito del 4 al 6 de marzo de
2015.